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Actualizado: 5 de mayo de 2025
Mimí y Dizzy, con sus grandes sombreros de paja y sus trajecitos de percal rosado, sentaditas en un sillón armado en parihuela y conducido a hombros por cuatro indios, parecían dos ángeles en el fondo de un altar. Habían tomado la delantera al paso vigoroso de los portadores y muy pronto las perdimos de vista.
¡Cuánto hubiera dado por ser un bohemio como los que encontraba en los libros de Mürger, formando regocijada banda; paseando la alegría de vivir y el fiero amor al arte por ese mundo burgués, agitado por la calentura del dinero y las manías de clases! ¡Talento para escribir cosas hermosas, versos con alas como los pájaros, un cuartito bajo las tejas, allá en el barrio Latino; una Mimi pobre pero sentimental, que le amase hablando entre dos besos de cosas elevadas y no del precio de la naranja como aquellas señoritas que le seguían con ojos tiernos; y a cambio de esto daría la futura diputación y todos los huertos de su herencia, que aunque gravados por el padre con hipotecas y trampas, todavía le proporcionaban una renta deshonrosa para sus ensueños de bohemio!
Allí pasamos todo ese día, porque resueltamente había decidido no separarme de mis compañeros de viaje. Ya somos buenos amigos con Mimí y Dizzy, y Little Georgy empieza a tenderme los bracitos.
En toda esa labor apolinea, aun sin cumplir prescindiendo de los precursores el cuarto de siglo de existencia, abundan inspiraciones gemelas: cantos a la patria, a la nacionalidad y la independencia, a los héroes epónimos Rizal, Mabini, Jacinto, Bonifacio loanzas de lo aborigen... A las veces ¡ay! con demasiada frecuencia, y asombrados de discurrir sobre aquel bravío paisaje, surgen "Mimí", los violines de Versalles y el tacón rojo.
Aunque ya esta voz hubiese perdido la significación estricta, que tuvo entre los romanos, muchos documentos que la usan, especialmente cuando hablan de spectacula mimorum, no indican ni con mucho que los mimi de la Edad media cantasen haciendo gestos mímicos, ni que expusiesen sus relaciones ni aun semi-dramáticamente.
Evité discusiones, les hice salir, coloqué a mis angelitos en el palanquín, y ordenando la marcha, comprendí que me sería más fácil arrojarme a un despeñadero a uno de los lados del camino, antes que dejar solitas a Mimí y Dizzy. En el primer punto a propósito hice alto, y allí esperamos la reunión de la caravana que tan atrás había quedado.
Yo, entonces, con el abanico en la mano, pisando sutilmente con la punta de las babuchas de satín las calles enarenadas del jardín, iba a entreabrir la puerta del «Reposo discreto»: ¿Mimí? Y la voz de la generala respondía, suave como un beso: «All right...» ¡Qué linda estaba vestida de dama china!
Después de media hora de camino, al doblar un recodo de la senda, veo el palanquín donde iban Mimí y Dizzy, solo, abandonado en medio del camino, y a las dos dulcísimas criaturas dentro, sonriendo al verme y tomaditas de las manos. Eché pie a tierra, y abrazándolas, les pregunté por los conductores. They are gone! me dijeron simplemente.
De vez en cuando se permitía acompañar a sus amigos en alguna escapatoria, sumiéndose en la vida alegre y amorosa del barrio. Gastó los codos de sus mangas en las mesas de las cervecerías. La Mimí de Murger pasó varias veces ante él menos melancólica que en la obra del poeta, y el ex seminarista tuvo sus idilios de una tarde de domingo en los bosques inmediatos a París.
Palabra del Dia
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