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Actualizado: 6 de mayo de 2025
Mis doce secretarios colocaban en las diversas mesas un millón ó dos, siguiendo mis instrucciones. «Empiece el juego.» Yo me paseaba como Napoleón, dando órdenes á mis mariscales. A la media hora, la caja se declaraba en quiebra y el Casino en bancarrota. «¡Se va á cerrar!», gritaban los empleados, como en una iglesia cuando termina el culto.
El mismo Colón nos hace saber que doce años más tarde habían desaparecido las siete octavas partes de la población, y Herrera añade, que al cabo de veinticinco años quedaba reducida de un millón á catorce mil almas. La continuación, todo el mundo la sabe. El minero y el plantador exterminaron un mundo, repoblándolo incesantemente á costa de la sangre negra. ¿Y qué ha sucedido?
Este entre tanto, rojo de vergüenza, se levantó y murmuró ininteligibles escusas. Consideróle por un momento el P. Millon como quien saborea con la vista un plato. ¡Qué bueno debía ser humillar y poner en ridículo á aquel mozo coqueton, siempre bien vestidito, la cabeza erguida y la mirada serena!
Esto era gobernando a España Carlos II el Hechizado. ¡Querer huir de Mallorca, donde tan bien les trataban, y a más de esto, en un buque tripulado por luteranos!... Tres años estuvieron presos, y la confiscación de sus bienes produjo un millón de duros.
Sus ojos tomaron un brillo agresivo al recordar á doña Mercedes confinada en los Campos Elíseos con su corte de sotanas y mostrándose en público únicamente para la organización de obras devotas. ¡Quería matar de hambre á su única hija!... Y como Miguel sonriese ante este grito colérico, ella explicó sus quejas. No me da casi nada; una miseria: medio millón.
El P. Millon, no pertenecía al vulgo de los que cada año cambian de cátedra para tener ciertos conocimientos científicos, alumnos entre otros alumnos sin más diferencia que la de cursar una sola asignatura, preguntar en vez de ser preguntados, entender mejor el castellano y no examinarse al fin del curso.
Un abrazo muy apretado y un millón de besos. ¿Te conviene el precio? Me conviene respondió D. Jenaro, cogiéndole la cabeza con las dos manos y besándola con ternura sobre los cabellos. Ahora ve a decir que nos pongan el almuerzo... Supongo que el señor almorzará con nosotros.
Parece que arriba una duquesa ha ganado un millón... No; ahora dicen que son dos millones. Y al dar la vuelta completa al edificio, los dos millones habían engendrado uno más. Media hora después eran cuatro para todos los modestos servidores que envejecían viviendo del juego, sin haberlo visto nunca de cerca. Miguel sintió de pronto una gran cólera contra aquella mujer afortunada.
El administrador comunicaba su última oferta: millón y medio de francos. No daría más, y era preciso contestar urgentemente, antes que su capricho se fijase en otra adquisición. Miguel levantó los hombros, como si le hablasen de algo sin interés. Di que no quiero vender... Mejor será que no contestes. Veremos más adelante; yo pensaré.
¿Uno? ¡Cuatro mil; un millón!... Tú eres un infeliz, chico, y no sabes lo mala que es esa gente». Siguieron hablando de esto, y al día siguiente hablaron de lo mismo, porque Isidora, cuando tomaba en su boca este asunto, no lo soltaba fácilmente.
Palabra del Dia
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