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Voy a hablar de algunos de nuestros mosquitos más distinguidos. Conviene de vez en cuando sacudirse las moscas. Divídense en cuatro grandes familias a cual más perversa y endemoniada. La primera es la de los mosquitos sentimentales, que son los de apariencia más inofensiva, aunque en realidad haya motivo para guardarse bien de ellos. Tienen un zumbido dulce y quejumbroso, que al principio no molesta gran cosa, pero que llega a hacerse insoportable. De estos mosquitos, algunos empiezan a disgustarse de la vida así que entran a cursar la segunda enseñanza; salen generalmente suspensos en los exámenes, reciben innumerables coscorrones del jefe de la familia y se enamoran perdidamente y en secreto de una mujer de treinta años. Hasta aquí sus estragos no pasan del círculo de la familia; mas al llegar a los diez y seis años comienzan a hacer coplas amargas como la hiel, inspiradas por lo común en La desesperación de Espronceda, un estúpido y obsceno poema fabricado por algún estudiante de medicina para deshonrar el nombre del ilustre poeta. Estas coplas se escriben con lápiz mientras los papás se figuran que está allá en su cuarto enfrascado en el estudio, y sólo son admiradas de algún amigo discreto que recíprocamente presenta a su admiración otras coplas no menos amargas. Tal vez que otra estas coplas, que ruedan por los bolsillos de los pantalones hasta que se pudren, caen en manos de la mamá al tiempo de coser o acepillar la ropa: la mamá, claro es, no sabe lo que aquello significa, pero corre a mostrárselo al papá, ¡y aquí fue Troya!

Señor diputado: su relato es bastante verosímil; pero yo no puedo dejar de cursar una denuncia tan grave. ELOY. ¡Oh! ¡No hay nada más sencillo! Anuncie a los querellantes que no me presentaré otra vez diputado si desisten de su denuncia. ¿Quieren que cante la palinodia? Pues la canto, y en paz... Sin embargo, ¿y si está en juego el interés de la República?

Cuando iba a la escuela, ella era quien le recosía los sietes de los pantalones, para que su padre, que entonces vivía, no se los abriese en la piel, le limpiaba los mocos con su propio pañuelo, y le pasaba una toalla mojada por la cara cuando ésta venía demasiadamente puerca. Después que entró a cursar la segunda enseñanza, si ya no ejercía estos mismos oficios con él, los desempeñaba análogos.

Primero tengo; de saber si sois el que decís; luego, hallando esta verdad, habéis de dejar la casa de vuestros padres y la habéis de trocar con nuestros ranchos, y tomando el traje de gitano, habéis de cursar dos años en nuestras escuelas, en el cual tiempo me satisfaré yo de vuestra condición, y vos de la mía; al cabo del cual, si vos os contentáredes de , y yo de vos, me entregaré por vuestra esposa.

Vinieron en socorro suyo don Rosendo y don Melchor de las Cuevas, don Rudesindo y el párroco de la villa, que espontáneamente le asignaron tres pesetas diarias mientras no cantase misa. Mas al cursar el segundo año de Teología, recibieron estos señores del seminarista una carta elegantemente escrita.

El P. Millon, no pertenecía al vulgo de los que cada año cambian de cátedra para tener ciertos conocimientos científicos, alumnos entre otros alumnos sin más diferencia que la de cursar una sola asignatura, preguntar en vez de ser preguntados, entender mejor el castellano y no examinarse al fin del curso.

Pensaba escribir inmediatamente una carta á su madre, á Cabesang Andang, para enterarla de lo que había pasado y decirle que las aulas se le cerraban para siempre, que si bien existía el Ateneo de los jesuitas para cursar aquel año, era muy probable que no le concediesen los dominicos el traslado y que aun cuando lo consiguiera, en el curso siguiente tendría que volver á la Universidad.

Así que hube terminado la carrera, solicité y obtuve de él, no sin algún trabajo, la venia para cursar el año del doctorado en Madrid, y a la Corte me vine, donde en vez de dar consistencia a mis conocimientos, no muy seguros por cierto, en las ciencias médicas, perdí bastante tiempo en los cafés, y lo que es aún peor, contraje la funesta manía de la literatura.

Era forzoso, pues, vender el caserón y resignarse a vivir en alguna casa modesta de los arrabales. De todos modos añadió doña Guiomar ya no precisas de muchos dineros. La santa Iglesia demanda bienes más puros; y agora pienso que puedes cursar la Teología en el mesmo seminario de esta ciudad. Ramiro escuchó a su madre con verdadero estupor.