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Actualizado: 18 de noviembre de 2025


En aquel instante entró en el salón un médico joven, conocido mío, que venía de París asistiendo a un personaje a quien acompañaba a las aguas de Mont-Doré. Los militares hablan de sus campañas, los escritores de sus obras, y los médicos de sus enfermos: es inevitable.

Aparte de este y otros lapsus, la intriga del casamiento del «viejo» Jaccotot y su «joven» esposa no estaba mal presentada... Lo malo es que esta joven esposa, que no gustaba de su civil marido, gustaba en cambio apasionadamente de los uniformes militares... Había una guarnición en la ciudad, y madame Jaccotot, nueva mesalina, tuvo sus amoríos con todos los oficiales del regimiento de la guarnición, y luego, con una buena mitad de las «clases», cabos y sargentos... ¡Los oficiales eran 72 y las «clases» 205!

Febrer sentía el mismo tedio de aquellos militares, la impresión de hallarse encerrado en una cárcel de privaciones que tenía por fosos el mar. Ahora le pareció la capital isleña una población de irresistible monotonía, con sus señoritas encerradas en un aislamiento huraño y monjil.

Cierto que su carácter apacible le hacía mirar con horror las violencias de la guerra, pero en aquella época de órdenes militares no era tan marcada como en nuestros días la separación entre el religioso y el soldado, unidos entonces con frecuencia en una sola persona.

En los bancos, y cada cual con su periódico en la mano, había algunos señores viejos, tipos de militares retirados, de ancianos achacosos que, sacudiendo el entumecimiento del invierno, salían en busca de un rayo de sol tibio.

Sin la cooperación valiosísima de nuestras fuerzas marítimas, sin la pericia, el arrojo y la incansable laboriosidad de nuestros hombres de mar, las operaciones militares no habrían sido tan eficaces, las tropas no hubieran podido moverse, en muchos casos, con la rapidez necesaria y el costo de la campaña hubiera sido enorme.

Y las varoniles doncellas se mostraban tristes, resignándose á una larga inmovilidad en la que sólo verían de lejos á los hermosos militares, mientras aguantaban un chaparrón interminable de versos. Al ver entrar al poeta laureado, corrió inmediatamente á su encuentro el gran Momaren.

Hacia los taludes del Rosario la vecindad no es muy distinguida, ni las vistas muy buenas, por caer contra aquella parte las prisiones militares y encontrarse a cada paso mujeres sueltas y soldados que se quieren soltar.

La España moderna está representada allí por innumerables modelos de armas, buques y elementos de guerra, de planos en relieve, plazas fuertes y puentes civiles y militares, de estatuas y bustos, y de banderas y trofeos.

No era un pueblo en marcha: el éxodo de un pueblo lleva tras de él mujeres y niños. Aquí sólo se veían hombres, hombres por todas partes. Todos los géneros de habitación discurridos por la humanidad, á partir de la caverna, eran utilizados en estas aglomeraciones militares. Las cuevas y canteras servían de cuarteles.

Palabra del Dia

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