Vietnam or Thailand ? Vote for the TOP Country of the Week !
Actualizado: 18 de junio de 2025
Después de algunas palabras de vulgar despedida y de una significativa mirada en que puso la señora Miguelina una súplica de silencio, tomó el caballo el trote por el camino del estanque. El cielo estaba cubierto y una ligera neblina humedecía el rostro y las manos.
Una mujer en quien antes no había reparado y que estaba ocupada en el fondo de la cocina se volvió bruscamente, y sólo por la visible emoción que demostró la dama adivinó el inspector general que tenía enfrente a Miguelina... Respiraba penosamente, bajaba los ojos, retorcía con gesto maquinal las puntas del pañuelo que tenía en la mano y acabó por saludar sin despegar los labios.
La señora Miguelina, puesta una mano sobre los ojos les siguió con la mirada hasta que hubieron vuelto la próxima esquina y luego entró sola en la casa. «Esa gente es feliz y se aman unos a otros pensaba Delaberge, que lo había visto todo desde la ventana. Ese Princetot, tan positivo, tan metido en lo material, quiere tiernamente a ese único hijo de que está tan orgulloso.
Aquí se detuvo un momento como para ganar un poco de aplomo y después continuó dirigiéndose a sus dos huéspedes, aunque más particularmente a Miguelina: Mi comisión ha terminado y no es probable que se me presente nueva ocasión de volver a Val-Clavin.
Miguelina le interrumpió con gran violencia: ¡Calle usted!... No diga estas cosas, pues no son sino viles mentiras. Usted solamente puede darme la certidumbre y yo le suplico que sea franca. ¿Cuál es la fecha exacta del nacimiento de Simón? No sé... No lo recuerdo bien balbuceó la hostelera visiblemente turbada.
¡Ah!... ¿Le ha visto usted? murmuró muy débilmente Miguelina. Y un temor ansioso alteró más todavía la expresión de su rostro, como si el encuentro de aquellos dos hombres hubiese sido para ella una desgracia, o como si viese en ello el presagio de una inminente catástrofe.
Al salir de su casa dirigióse hacia los bosques de Carboneras: Ciertamente, con su intuición femenina, Miguelina Princetot había adivinado lo que pasaba en el corazón de su hijo; pero le atribuía al mismo tiempo miras ambiciosas que él no había tenido jamás.
La mirada de Miguelina se encontró con la mirada de Francisco y tal vez leyó en ella una solemne promesa de discreción, tal vez comprendió que la palabra «tranquilícese» encerraba el compromiso tácito de ser hasta el fin un extraño para Simón, o tal vez se sintió simplemente conmovida en lo más hondo por la humilde súplica del hombre a quien en otro tiempo había prodigado sus amorosas caricias.
Miguelina comenzó diciendo Delaberge, perdóneme que vuelva sobre tan doloroso asunto, pero un interés mayor lo exige así... No eran vanos sus temores; mi vuelta a Val-Clavin ha despertado la maledicencia y hace un momento me he encontrado en el camino con una mujer a quien usted conoce muy bien, la Fleurota.
Por su parte, la señora Miguelina, olvidando un momento sus cacerolas, dirigía su furtiva mirada en la dirección de su antiguo amante y pensaba con honda angustia: «¿Se marchará, al fin?» El telegrama oficial decía de este modo: Director general de montes a inspector general, en Val-Clavin. Proposiciones aprobadas por el ministro.
Palabra del Dia
Otros Mirando