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Actualizado: 18 de junio de 2025


¿Que a me sería imposible probar?... Sepa usted que me encontraba en la hospedería el día en que Miguelina se dio cuenta de su verdadero estado... Precisamente el Príncipe estaba de viaje hacía ya dos meses... ¡Ah! ¡no estaba ella muy alegre entonces, yo se lo aseguro!... Pero como fue siempre una endiablada mujer, supo engañar tan bien a su marido, que éste nunca sospechó nada... Llegó por fin el niño, fue recibido como el Mesías y el Príncipe no se percató siquiera de que el pequeñuelo se le parecía a usted como una gota de agua a otra gota.

Miguelina se levantó y se apartó a un lado para dejarle libre el paso al tiempo que murmuraba en voz muy baja: Buenas noches, señor Delaberge... ¡Si en verdad siente usted alguna afección por él... y por ... márchese, olvídenos!...

Simón tiene mucho talento y es ya bastante crecido para andar solo. En fin exclamó suspirando la señora Miguelina, es de desear que de todo ese enredo no saque más disgustos que provecho. Después, para cortar en seco esta conversación, preguntó al viajero si comería en la mesa común.

Quieren casarse con gentes de su mundo propio y mientras te engaña con palabras dulces y alegres sonrisas, la señora Liénard se deja hacer la corte por el inspector general. ¡Vaya, mamá! dijo Simón. ¡Qué sabes de eso! Lo muy bien afirmó la señora Miguelina; ¡si salta a los ojos!... Hace una semana que está aquí y le ha hecho ya tres visitas a la propietaria de Rosalinda.

No cabía duda de que la viuda sentía una secreta inclinación por el hijo de Miguelina... ¿Cómo no lo había él adivinado ya desde el primer día, él que se preciaba de tan buen observador?... Cierto que su egoísta vanidad y su estúpida preocupación de representar tan bien su papel de enamorado le habían puesto una venda en los ojos.

La señora Princetot se volvió riendo con aquella risa llena de sensualidad que formaba tan graciosos hoyuelos en sus mejillas y su boca vino a encontrarse tan cerca de los labios de Delaberge, que éste no supo resistir la tentación... La besó ardorosamente; rodaron al suelo las flores que ella había tomado y Miguelina cayó, sin darse cuenta, en los brazos de su huésped.

Y ya sabes, si no volvemos hasta la noche, no por eso te preocupes nada. Al mismo tiempo el muchacho enviaba a la señora Miguelina un tierno beso y le decía: Hasta la noche, mamá, yo te respondo de papá. Con la punta del látigo acarició el cuello del caballo y el animal tomó inmediatamente el trote en la dirección de Recey.

Miguelina se dejó caer en una silla, gimiendo con voz doliente: Eso no impedirá a las malas gentes charlar de nuevo al verle en mi casa.

Respiraba con verdadera delicia el penetrante perfume que despedían los cerezos en flor y poco a poco su mal humor y su melancolía de la noche antes se fueron disipando... Por la mañana, en la hora del desayuno pudo comprobar que la señora Miguelina procuraba prudentemente substraerse a sus miradas cada vez que entraba en la cocina.

Solamente sus cabellos castaños, espesos y ligeramente rizados, recordaban un poco la opulenta cabellera de la señora Miguelina. El tono de su voz era algo brusco y áspero, aspereza de manzana silvestre que no se dulcificaba un poco sino cuando contestaba a las preguntas de la señora Liénard. Con ella tomaba súbitamente su voz entonaciones afables, casi tiernas.

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