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Actualizado: 18 de julio de 2025


No me tenga por enemigo, y además le ruego que aguarde un poco para tomar una resolución extrema en el asunto de los deslindes... Mañana, pasado mañana lo más tarde, podré sin duda comunicarle algo que le demostrará la injusticia de sus sospechas... Adiós... Y como si de pronto hubiese temido que le traicionase la emoción, alejóse bruscamente del hijo de Miguelina.

¡Ah! continuó diciendo, el caso es que todos hemos envejecido un poco y veinticinco o veintiséis años cambian endiabladamente las fisonomías... Y he aquí que le tenemos de nuevo entre nosotros... Miguelina, habrá que dar al señor la sala roja.

Ya enamorado de la señora Miguelina, había permanecido frío a tales avances y desdeñado esta conquista demasiado fácil. En el estado de espíritu en que sentíase aquella tarde, el encuentro de esa mujer habría de serle poco agradable; sin embargo, no quiso humillar a la Fleurota y le respondió precipitadamente: En efecto, me acuerdo muy bien... ¿Cómo le va, Celia?

Le he visto y estoy orgulloso de él... Comprenda usted que yo deseo probarle mi amor, contribuir de algún modo a su felicidad y a su porvenir... Nada puede usted hacer por él interrumpió la señora Miguelina Todo lo que usted intentase sería en desventaja suya.

Al poner Francisco Delaberge la palabra «urgente» en su informe dirigido a la Administración esperaba recibir una pronta respuesta. Los días que se pasaron aguardando la decisión ministerial pareciéronle tanto más largos por cuanto vivía muy solitario en la hospedería del Sol de Oro. La señora Miguelina se había hecho invisible de nuevo y parecía poner cada vez más empeño en esconderse.

El mismo Simón Princetot, hacia el cual sentíase atraído y con quien le hubiera gustado conversar, no manifestaba grandes deseos de continuar las relaciones empezadas en Rosalinda. También se escondía. Estas ofensivas y misteriosas precauciones mantenían en el espíritu de Delaberge la enervante inquietud que tanto le hacía sufrir desde su conversación con Miguelina.

De pronto un rayo de luz atravesó el cerebro de Francisco. Seguramente no al Príncipe tan sólo deseaba Miguelina hacer ignorar sus faltas de la juventud... Súbitamente surgió la simpática figura de Simón ante los ojos del inspector general. Sin duda, la señora Princetot deseaba que su hijo ignorase su culpable conducta de otros tiempos, y por él se alarmaba principalmente.

Supuso que la señora Princetot se alarmaba sin duda a causa de la enemiga que su hijo manifestaba a la Administración forestal y temiendo que esto le había de causar algún disgusto. Para tranquilizarla añadió: , pasé ayer con su hijo algunas agradables horas en Rosalinda... Un doloroso suspiro se escapó de los labios de Miguelina y esto aumentó todavía la sorpresa de su interlocutor.

Ramas muertas que la borrasca había roto, grandes piedras que las heladas habían hecho desprenderse de las montañas, todo ello obstruía el sendero y parecía imagen de la escasa duración que tienen las cosas de este mundo... En esa garganta tenebrosa, llena de sordos rumores, sintió de nuevo el inspector general aquella misma sensación de malestar, aquella inquietud, que le habían apretado el corazón al rechazarle la señora Miguelina.

Duró esta aventura diez y ocho meses, y comenzaba ya a sentir las proximidades de la saciedad cuando recibió un día la notificación de un cambio de residencia. Al conocer la triste nueva, la señora Miguelina se deshizo en lágrimas.

Palabra del Dia

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