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Se acercó a Mesía, consiguió entablar conversación particular con él; y como encontró a su amigo más atento que nunca, más cordial, más afectuoso, no tardó en abrirle el alma de par en par.

Una creo que es doña Visita, aunque no las he visto; pero se la oye de lejos... la otra... no . Bueno, bueno dijo Paco, volviéndose a Mesía . Son ellas. Estos días Visita no se separa de Ana. A Mesía le temblaron un poco las piernas, muy contra su deseo. Oye dijo llévame primero a tu cuarto.

Y daba palmaditas en la espalda de Mesía . Este que parece un chiquillo. Y volviéndose a Frígilis que estaba presente, algo triste y desmejorado, añadía Quintanar: En cambio vas a escape para Villavieja.... Y eso que tanto tono sabes darte con tu higiene, y tu vida de árbol secular. No, lo que es al siglo no llegas, carcamal....

Se había recurrido a la pistola... y tampoco parecían pistolas a propósito. «Yo creo añadía Joaquinito, y Paco cree lo mismo, que esto es inverosímil y que Frígilis quiere dar largas al asunto a ver si convence a Mesía y lo hace marcharse de Vetusta». ¡Qué indignidad! gritó Foja. Pues ésa había sido la primera solución. Mesía se lo contó ce por be a Paco. Bueno, ¿y qué más?

Alguna vez se le había arrojado a Mesía a los brazos una mujer loca de puro enamorada; pero estas aventuras eran muy raras. Además: si la mujer no fuera tan lasciva a ratos, las victorias escasearían; por amor puro se entregan pocas. Más hace la ocasión que la seducción. La seducción debe transformarse en ocasión».

Joaquinito, fingiendo mal buen humor, preguntó: Pero ¿cómo sabes todo eso? Es muy sencillo. La señora de Infanzón... ya sabe este quién es. dijo Mesía la de Palomares....

Ronzal parecía gallego cuando quería pronunciar en perfecto castellano. Mesía hablaba en francés, en italiano y un poco en inglés. El diputado por Pernueces tenía soberana envidia al Presidente del Casino. Ningún vetustense le parecía superior al hijo de su madre ni por el valor, ni por la elegancia ni por la fortuna con las damas, ni por el prestigio político, si se exceptuaba a don Álvaro.

Iremos a todas partes y, si me apuras, le mando a Paco o al mismísimo Mesía, el Tenorio, el simpático Tenorio, que te enamoren.

En una de las casas de la calle de Aparicio vivía por los años de 1760 la señora doña Feliciana Chaves de Mesía. Era doña Feliciana lo que se llamaba una mujer muy de su casa y que, a pesar de ser rica hasta el punto de sacar al sol la vajilla de plata labrada y los zurrones de pesos duros, no pensaba en emperejilarse, sino en aumentar su caudal.

Ana vio aparecer debajo del arco de la calle del Pan, que une la plaza de este nombre con la Nueva, la arrogante figura de don Álvaro Mesía, jinete en soberbio caballo blanco, de reluciente piel, crin abundante y ondeada, cuello grueso, poderosa cerviz, cola larga y espesa.