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Actualizado: 27 de mayo de 2025


Mesía había nacido para algo más que cabeza de ratón; era poco ser jefe de un partido, que nunca era poder, en una capital de segundo orden. ¿Por qué no se iba a Madrid con un acta en el bolsillo?

Don Álvaro Mesía era más alto que Ronzal y mucho más esbelto. Se vestía en París y solía ir él mismo a tomarse las medidas. Ronzal encargaba la ropa a Madrid; por cada traje le pedían el valor de tres y nunca le sentaban bien las levitas. Siempre iba a la penúltima moda. Mesía iba muchas veces a Madrid y al extranjero. Aunque era de Vetusta, no tenía el acento del país.

Se lo había dicho el marquesito, el íntimo de Mesía». Y, vamos a ver preguntó el señor Foja, el ex-alcalde ¿qué tiene que ver eso de las varas que Mesía quiere poner a la Regenta con el Magistral y la confesión? No quería dejar su presa. No siempre en el Casino se podía hablar mal de los curas.

En todas partes le veía enfrente, pero vencedor. Mandaban los de Ronzal, este era diputado de la comisión permanente, y sin embargo, entraba don Álvaro en la Diputación, y él quedaba en la sombra; no era Mesía de la casa, tenía allí una exigua minoría, y desde el portero al Presidente todos se le quitaban el sombrero, y don Álvaro para aquí, y don Álvaro para allá; y no había alcalde de don Álvaro que no viese aprobadas sus cuentas, ni quinto de Mesía que no estuviera enfermo de muerte, ni en fin, expediente que él moviese que no volara.

La conversación de metafísica erótica que Mesía y Paco acababan de dejar no les permitía, al principio, participar de aquel entusiasmo gastronómico y culinario a que estaban entregadas las damas. Verdad es que la hora de comer se acercaba y aquellos olores excitaban el apetito. Pero el ideal no come.

Paco era de mediana estatura y cogido del brazo de su amigo parecía bajo, porque Mesía era más alto que el buen mozo de Pernueces. ¿A dónde vamos? preguntó Vegallana, queriendo provocar así la confidencia que esperaba. Don Álvaro se encogió de hombros. Puede ser que esté ella en mi casa. ¿Quién? Anita. ¡Bah! Don Álvaro sonrió, mirando con cariño paternal a Paco.

Cuando Visitación era soltera, se dijo ¡de quién no se dice! si había saltado o no había saltado por un balcón... no por causa de incendio, sino por causa de un novio que algunos presumían que había sido Mesía. Todas eran conjeturas; cierto nada. Como ella era algo ligera... como no guardaba las apariencias....

Era intratable aquel don Álvaro. También lo era el Obispo. Y sin embargo, bien lo sabía Dios, ella le había sido fiel a Mesía, por supuesto ; todavía le amaba o cosa parecida. Le hubiera preferido siempre a todos. Pero él no quería ya. Aquello se había acabado. Se habían cansado de jugar a los cocineros.

Frígilis, sereno, por dignidad, pero temiendo una casualidad, la de que Mesía tuviera valor para disparar y, por casualidad también, herir a Víctor, Frígilis apretó la mano a Quintanar al dejarle en su puesto de honor. Y se separaron testigos y médicos a buena distancia, porque todos temían una bala perdida. Don Álvaro pensó en Dios sin querer.

Y él, se volvería a su tierra, si no le mataba Mesía; se escondería en La Almunia de don Godino». Al llegar aquí se acordó el infeliz esposo que Ana, meses antes, le proponía un viaje a La Almunia. «¡Tal vez si él hubiera aceptado, se hubiese evitado aquella desgracia... irreparable! , irreparable, ¿qué duda cabía?». «¿Y Petra? ¡Maldita sea!

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