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Actualizado: 27 de junio de 2025


Esto solía decir ella en brazos de su amante, gozando sin hipocresía, sin la timidez, que fue al principio real, grande, molesta para Mesía, pero que al desaparecer no dejó en su lugar fingimiento. Ana se entregaba al amor para sentir con toda la vehemencia de su temperamento, y con una especie de furor que groseramente llamaba Mesía, para , hambre atrasada.

Estaban ambos en pie, cerca uno de otro, los dos arrogantes, esbeltos; la ceñida levita de Mesía, correcta, severa, ostentaba su gravedad con no menos dignas y elegantes líneas que el manteo ampuloso, hierático del clérigo, que relucía al sol, cayendo hasta la tierra.

¿Pero qué sucede, señor? ¡hable usted claro y pronto! gritó Mesía impaciente, más interesado en el asunto de lo que su amigo podía suponer. Más bajo, Álvaro, más bajo. ¿Qué sucede? Mucho. Petra sabe que yo quiero evitar a toda costa un disgusto a mi mujer, porque temo que cualquier crisis nerviosa lo echase todo a rodar y volviéramos a las andadas.

Ya que mi deshonra es pública, que la reparación lo sea, y además terrible y rápida». «Pero si tienes fiebre, si estás malo...». «No importa. Mejor. Si ustedes no van a desafiar a ese hombre, me levanto y busco yo mismo otros padrinos». No hubo más remedio. Mesía, a regañadientes, y ocultando el pavor como podía, buscó sus dos padrinos. Se convino que el duelo fuese a sable.

Y añadía, creyendo haber sido demasiado indulgente: «Además, esas aventuras... no deben tenerse en casa.... Pregunta a Mesía». Era su madre quien había iniciado al Marquesito en el culto que tributaba al Tenorio vetustense. La Marquesa, viendo incorregible a su hijo, tomó el partido de subir siempre al segundo piso tosiendo y hablando a gritos.

El Lerma le prendió, y puso prisiones, Y á aquellos que al presente le ayudaron; Que poco aprovecharon las razones, Que en su defensa al Lerma presentaron. De aqueste trance, bregas, y pasiones, Algunas pesadumbres se inventaron: Hernán Mésia y Sotelo aprisionados Aquí fueron, que dicen ser culpados. Movióles á venir su desventura A Villalta y Mosquera.

Doña Josefa, la hija del conde de la Monclova, siguió habitando en palacio después de la muerte del virrey; mas una noche, concertada ya con su confesor, el padre Alonso Mesía, se descolgó por una ventana y tomó asilo en las monjas de Santa Catalina, profesando con el hábito de Santa Rosa, cuyo monasterio se hallaba en fábrica.

«¡Ahora, ahoragritó Mesía con el único valor grande que tenía ; y ya a diez pasos de la verja volvió atrás furioso, gritando: ¡Ana! ¡Ana! Le contestó el silencio.

Mesía al saludar humillaba los ojos, cargados de amor, ante los de ella imperiosos, imponentes. Sintió flojedad en el espíritu. La sequedad y tirantez que la mortificaban se fueron convirtiendo en tristeza y desconsuelo....

Nunca habrás visto a Manolito, ni a Paquito, ni al baroncito, ni al vizconde, ni a Mesía, que no es noble, pero anda con ellos, propasarse en lo más mínimo.... Pero en el trato íntimo, el que no es más que de la clase, ya es otra cosa. Otra cosa muy distinta dijo doña Anuncia, comprendiendo que a ella, por mayor en edad, le tocaba seguir explicando el ten con ten.

Palabra del Dia

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