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Actualizado: 24 de mayo de 2025
Pase adelante, Pare Santo... Entre su mersé, bigotillo de gobernaor... ¡Qué honra pa nosotras el verle!... Aquí estamos haciéndole compañía a este pimpollo de Abril, que lleva en su tripa bonita una churumbela como er mesmo Niño Dios.
Los chicos, morenos, casi negros, delgados y medio desnudos, que se colgaban a sus faldas, parecían, en efecto, lombrices. ¿Quiere su mersé esperá un momento aquí a que dé de senar a los niños y los deje acostado? Respondí que prefería quedarme a la puerta de casa si me sacaba una silla, porque la noche estaba asaz calurosa, y así lo hizo.
Mas al trasponer la puerta exterior, una mujer del pueblo, que sin duda me aguardaba, vino a mi encuentro, diciéndome con el acento exagerado de la plebe andaluza: Señorito, perdone su mersé. ¿No e su grasia don Seferino? Ceferino me llamo respondí mirándola con sorpresa.
Desirle a un hombre que le quiere y no ser verdá, ¡no lo piense su mersé, señorito! Gran bien me hicieron aquellas palabras. Yo también pensaba como ella, o quería pensar al menos y cada vez me confirmaba más en mi sospecha. En apoyo de sus afirmaciones, Paca me contó varias anécdotas de la vida de mi novia, que escuché con entusiasmo y recogimiento. Hablamos largo rato de ella.
Veo entrar a don Manuel, el teneor de libros de la fábrica de la señora; luego salí..., ¡vamo, que no quise ver más! Y salí escapá a contárselo a su mersé. Me lancé a mi cuarto sin responderle, me puse el sombrero, cogí el revólver y lo metí en el bolsillo, y salí a la calle, resuelto a impedir el rapto de Gloria, aunque no sabía por qué medio. Noté que Paca corría detrás de mí.
Sí, señor; es el que maya... Hágame su mersé el favor de esconderse ahí, detrás de ese montón de leña. Después que él entre se puee usté ir. Hice como me mandaba, y asomando con precaución la cabeza pude ver en medio ya del patio, iluminado de lleno por la luz de la luna, a un hombre con blusa blanca que venía caminando lentamente a cuatro patas.
El conde echó pie a tierra y me invitó a hacer lo mismo. ¿Son todos toros? pregunté, afectando serenidad, al único criado que se había quedado conmigo. ¡Zeñorito! exclamó en el colmo de la sorpresa . ¿No ve su mersé los cabestros? ¡Ah, sí! La verdad es que no distinguía unos de otros.
¡Mardito! ¡Arrastrao! ¡Mala escopetá le peguen, señó Rafaé, en sus entrañas renegrísimas!... Se detuvo un instante en sus maldiciones, viendo que éstas servían de regocijo al aperador, y añadió con maligna intención: Premita Dió que cuando vaya su mersé a la viña de don Pablo, la gachí le resiba con cara de cuaresma. Rafael ya no reía.
Cinco o seis niños la siguieron y la rodearon, mirándome con ojos de curiosidad. Sentiría estorbar. No, señor; no. Pase su mersé adelante. Me condujo a una estancia reducida, pero muy aseada y amueblada con más decencia de lo que podía esperarse. En mi país hay salas de hacendados que no están tan bien puestas.
¿Pregunta su mersé por er Naranjero? interrumpió la solícita esposa . Pues no tiene más que torser a la derecha, saliendo de aquí; toma la callesita primera... El guitarrista la atajó de mal humor, mandándola callar. No se trataba de ir yo en persona a casa del Naranjero, sino de enviarle una tarjeta... Todo aquello me humillaba cada vez más.
Palabra del Dia
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