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A semejanza de Diógenes, siempre andaba buscando un hombre. ¿Blanca? La hermosura sin alma, la coquetería sin delicadeza. Poseía la ciencia de vestirse e ignoraba el arte de desnudarse. Margarita..., Paz..., Asunción...; profesionales vulgares que no sabían más que entregarse como insensible mercancía a tantos o cuantos duros vista. ¡No! Ninguna le servía.

¡Qué agilidad aquella con la que el patrón, apoyándose sobre la mano izquierda, saltaba el mostrador! Qué gracia con la que desplegaba ante los ojos de los clientes, de un golpe, y como un prestidigitador, la pieza de percal, de muselina o de barège envuelta alrededor de la tablilla que quedaba desnuda de su preciosa mercancía, abandonada indiferentemente sobre el mostrador.

Yo he comprado mis cuadros y cuando hayan estado treinta años en mi galería y los hayan visto todas las personas que me conocen, nadie dirá, si quiero venderlos, que puedan ser falsos, pues saldrán de mi casa y yo soy muy conocido. El razonamiento, dijo Tragomer, no deja de ser justo. El pabellón da valor á la mercancía.

Creyó que ésta fuese inspirada por la modestia; y debió llegar hasta ofenderle, con su moderno espíritu comercialista, encareciendo las ventajas de la alianza, como si el joven duque fuese una mercancía que se ofreciera... Esto acabó por indignarle en su íntimo y concentrado orgullo, y tan hondamente que, para terminar el enojoso asunto, dio Pablo una réplica digna de los antiguos tiempos de la grandeza española: Diga usted a su majestad la reina que, siendo yo el primer grande de España, no quiero ser el último infante.

Tomó algunos navios en la costa, Y entre ellos á un Marquina, que ha venido De Potosí con plata, por la posta, Por gozar de la nata, que ha tenido Aquel trato, aunque á él le entrára en costa, Que mucha mercancia le ha cogido Candish: con solos negros le dejaba, Con que viviendo, rico se juzgaba. Aquí tomó un piloto, que le guia: Jorge Luis le llama.

¡Vamos a Florencia! dijo ella. Y don Diego hizo enganchar para Florencia. Encontró en la ciudad un aspecto de fiesta que parecía exacerbar su desgracia. El primer día que fue conducida al paseo, que oyó la música de los regimientos austriacos y que las floristas mofletudas arrojaron su mercancía en el coche, reprochó duramente a su marido el haberla expuesto a un contraste tan cruel.

Ahora sus flotas comerciales y de guerra surcaban todos los océanos, y no había puerto donde la mercancía germánica no ocupase la parte más considerable de los muelles. Sólo necesitaba seguir viviendo de este modo, mantenerse alejada de las aventuras guerreras.

Anita comenzó a comprender y sentir el valor artístico del D. Juan emprendedor, loco, valiente y trapacero de Zorrilla; a ella también la fascinaba como a la doncella de doña Ana de Pantoja, y a la Trotaconventos que ofrecía el amor de Sor Inés como una mercancía.... La calle obscura, estrecha, la esquina, la reja de doña Ana... los desvelos de Ciutti, las trazas de D. Juan; la arrogancia de Mejía; la traición interina del Burlador, que no necesitaba, por una sola vez, dar pruebas de valor; los preparativos diabólicos de la gran aventura, del asalto del convento, llegaron al alma de la Regenta con todo el vigor y frescura dramáticos que tienen y que muchos no saben apreciar o porque conocen el drama desde antes de tener criterio para saborearle y ya no les impresiona, o porque tienen el gusto de madera de tinteros; Ana estaba admirada de la poesía que andaba por aquellas callejas de lienzo, que ella transformaba en sólidos edificios de otra edad; y admiraba no menos el desdén con que se veía y oía todo aquello desde palcos y butacas; aquella noche el paraíso, alegre, entusiasmado, le parecía mucho más inteligente y culto que el señorío vetustense.

Semejante manera de arbitrar fondos, produjo como consiguiente era, un sinnúmero de abusos, que denunciaron otras tantas fortunas improvisadas y caudales adquiridos á la sombra de un mostrador, en que la mercancía venía gravada con el impuesto de considerables primas, en que los comerciantes eran meros factores, y en que los dueños eran puramente nominales.

El primer impulso de Rosalía fue de odio y despecho... ¡Atreverse a invitar a una familia honrada...! «Eso es para darse lustre alternando con nosotros... Eso es para poder pasar por personas decentes, presentándose en nuestra compañía... En una palabra, quieren que seamos el pabellón honrado que cubra la mercancía de contrabando... ¿No te da ira? Porque esto es una injuria».