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Actualizado: 12 de junio de 2025


Cuando sus amigos no lo encontraban en Monte-Carlo, era que carecía de dinero y estaba en su castillo contemplando melancólicamente todo lo que le quedaba por hacer. Vivía en una ala, la menos inacabada, y entretenía su soledad batallando con los rústicos vecinos, con los proveedores, con todos los del país, que se consideraban obligados á molestarle y explotarle de mil modos.

No obstante, hoy que goza ya de un relativo bienestar, que su ambición administrativa está ya casi satisfecha, alguna vez vuelve melancólicamente la vista hacia atrás y con espanto se ha de confesar a mismo que su pasado está vacío de recuerdos alentadores y se da cuenta de su triste aislamiento.

Un domingo, por exigencias de los arrendatarios, tuvo que ir a su huerto de Alcira, y pasó el día como un desterrado, mirando melancólicamente hacia Valencia y sintiendo un inocente enfurruñamiento contra el sol porque marchaba despacio, retrasando la hora del regreso. Por la noche, ¡con qué placer saltó al andén de la estación, hendiendo a codazos la muchedumbre que obstruía la salida!

Un brasileño insinuó dulcemente con lenguaje mesurado y cortés: «Se os senhores dâo licença...». Y el Brasil entraba igualmente en la gran alianza. ¡Viva la América latina!... Alguien se fijó en mi humilde persona y en el adorno que llevo junto a un ojo. «¡Ah, pobre galleguito simpático!» Y prorrumpieron en vivas a la «madre patria», a la vieja España, ensalzándola melancólicamente, como si hablasen de una abuela que se les hubiese muerto hace años.

Se miraron fijamente, insistentemente, aislados del mundo en aquella recta paralela de alma a alma que los mantenía inmóviles. Durante el tercero, mi vecino no volvió un instante la cabeza. Pero antes de concluir aquél salió por el pasillo opuesto. Miré al palco, y ella también se había retirado. Final de idilio me dije melancólicamente. El no volvió más y el palco quedó vacío.

Y añadió melancólicamente: No estaría yo aquí si viviese el marqués de San Dionisio, aquel señó tan resalao que jué el padrino de mi pobresito José María. Y señalaba a Alcaparrón, que abandonó su cuchara para erguirse con cierto orgullo al oír el nombre de su padrino, el cual, según afirmaba Zarandilla, había sido algo más para él.

Ideó consultar el caso con su tía; pero no quiso dar su brazo a torcer, y temblaba de que doña Lupe le dijese: «¿Ves?, ¡por no hacer caso de !». ¡Celos! ¿Y de quién? Fortunata mostrábase con todos tan fría como con él. Solía esparcir melancólicamente sus miradas por la calle, entre el gentío, sin fijarse en nadie, cual si buscaran a alguien que no quería dejarse ver.

Y suspiraba Sebastián, y suspiraban los demás parientes, y suspiraba Emma también a veces, gozando melancólicamente con aquella afectación de víctima resignada que sufre por toda una vida las consecuencias desastrosas de una locura juvenil. El buen esposo durante mucho tiempo no paró mientes en tales injurias.

Las interminables recuas de mulas, al acarrear del interior á los puertos las cargas de salitre, parecían acordarse melancólicamente de los campos donde habían nacido, con árboles, hierbas y arroyos.

Tío dijo la joven sonriendo tan melancólicamente que no se comprendía cómo podían sonreír así aquellos labios tan sonrosados tío, no hay corazón impenetrable para los ojos de los que aman; yo que le quiero a usted he alcanzado a leer en el suyo. ¿Y qué has visto en él? Antonia miró a su tío e hizo un gesto de vacilación. ¡Vamos! ¡habla! ordenó el doctor. ¡No me martirices más con tus reticencias!

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