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Hallolo en la huerta totalmente abstraído en la contemplación melancólica de un pie de berza en que las orugas se habían ensañado. Andrés no anduvo con rodeos. Se lo anunció de golpe y porrazo. Tío, mañana me voy. El pie de berza se sintió abandonado súbitamente. ¿Cómo... cómo... cómo? Que mañana me marcho. ¡Pero así, tan de repente! ¿Qué mosca te ha picado, chico?

Quince días había vivido sola en poder de criados aquella pobre niña, huérfana y enferma, pues doña Anuncia no se decidió a emprender el viaje de las veinte horas hasta que se le pidió esta obra de caridad en nombre de su sobrina moribunda. Ana estaba ya enferma cuando la sobrecogió la catástrofe. Su enfermedad era melancólica; sentía tristezas que no se explicaba.

A poco de la partida del gaucho, ocurrió en Río cierta novedad, que, aun suponiendo a Rafaela muy melancólica, hubiera distraído sus melancolías. El Sr.

Hace con la vida lo que hace con la naturaleza. Tiene el sentimiento de la fama; pero no de la fama espiritual, imaginativa, apasionada, fervorosa: no el sentimiento de ese ángel que mueve sus alas sobre la silenciosa cavidad de un sepulcro; no el sentimiento que se exhala en el corazon de los héroes, de los mártires, de los sábios; no ese sentimiento que es una de las más supremas gerarquías del alma; esa emocion vaga, melancólica, indefinible, que brota en el espíritu del hombre, como nace una violeta al pié de una cruz.

Las innumerables fábricas han quedado atrás, y al movimiento de las gentes y la monotonía melancólica y prosáica de los edificios urbanos suceden el capricho, la variedad, la alegría risueña y la frescura de todo lo que constituye la campiña en Inglaterra, hermosa aún ántes de que el verdor de la primavera haya hecho olvidar todas las tristezas del invierno.

También Antonia es una amiga de la infancia, hermosa, buena, inteligente, noble y rica... Pero, no es menos cierto añadió con melancólica sonrisa que ni yo amo a Antoñita ni ella me ama a . «5 de noviembre. »He estado otra vez en casa de mi tío; le he vuelto a ver y he pasado en su compañía un día parecido al del mes pasado.

El suelo estaba todo cubierto de esteras finas de Nankín y junto a la ventana enrejada, sobre un airoso pedestal de sándalo, veíase abierto un abanico formado de varillas de cristal, que la brisa, al entrar, hacía vibrar, con modulación melancólica y tierna.

Aunque sonreí al leer el billete amoroso, no dejó de causarme sensación dulce y amable, que muy pronto hizo sitio a otra melancólica, al recordar que me estaban prohibidas para siempre tales aventuras.

Veíase en el venerable caserón de los Febrer con sus padres y su abuelo. Era hijo único. Su madre, una señora pálida, de belleza melancólica, había quedado enferma a consecuencia de su nacimiento. Don Horacio vivía en el segundo piso, en compañía de un viejo criado, como si fuese un huésped en la casa, mezclándose con la familia o aislándose de ella a su capricho.

Ni tampoco desaparecía cuando, muy entrada la noche, me encontraba solo en mi salón desierto, iluminado únicamente por el resplandor del fuego que ardía en la chimenea y la luz melancólica de la luna, y trataba de representarme escenas imaginarias que me prometía fijar al día siguiente en páginas de brillante descripción.