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Cruza la plazuela de la Catedral, atraviesa la Rúa, llega al caserón. El escudero le espera a la puerta. Uno y otro desaparecen por el postigo. Habiendo despedido a su paje con algunos doblones y convenido con Medrano el día en que habían de encontrarse en el pueblecillo de Cebreros, Ramiro abandonó la ciudad, al día siguiente, a la hora del alba. Escogió para salir la puerta de Antonio Vela.

Aumentó el número de los criados, renovó las libreas, adquirió nuevos braseros de plata, nuevos velones y candelabros, desempeñó de los genoveses sus mejores tapices. El encargado del chocolate y los vinos era el segundo sacristán de San Pedro, amigo de Medrano. Tres esclavos amasaban la harina. Un famoso repostero de Madrigal preparaba las pastas, un morisco la aloja.

Pero era forzoso acaballe, que can con rabia con su dueño traba. ¡Medrano ha sido el de la hazaña, de fijo! No fue Medrano. ¿Y quién? Yo iba solo por el monte, y al pasar cabe un hato de leña, vile venir corriendo hacia . De una buena cuchillada hícele rodar como un bolo. Luego hachele el pescuezo.

Hizo llamar a Medrano y refiriole su extraña situación, el menosprecio de Beatriz, la frialdad de don Alonso y lo que acababa de decirle su paje. El escudero palideció de pronto y, mesándose la barba, repuso: Amor de niña, agua en cestilla luego alzando la frente: ¿No será alguna treta de Franco, el campanero?

En acabando persignose con la empuñadura, y haciendo correr a lo largo del acero indefinible mirada, envainolo otra vez en silencio. Todo quedó convenido. Ordenó a Medrano que fuese a rondar la casa de Beatriz. Quería saber lo que pasaba, instante por instante, por si era verdad lo del billete. El por su parte iría a esperar junto a la Puerta de San Vicente, y Pablillos haría de correo.

Verdad es que para tenerlas, no reparaba en escrúpulos, y así se las manejaba de manera harto donosa, siendo protector de rufianes y valentones, á quienes sacaba el dinero por tenerlos al amparo de la justicia, teniendo de su particular predilección á Juan de Barrio, rufián célebre en Sevilla por sus tropelías, y á otros no menos conocidos como Francisco de Espino, Francisco Bautista, Medrano y Escamilla, siendo también muy señalada su protección á la Garrida y á María Pérez, dos mozas de chapa, regatonas de pescado en la Costanilla.

Por tanto, nombraré sin aditamento alguno á Bocángel, Herrera, Vatres-Huertas, Moxica, Laporta, Tapia, Tovar, Alfaro, Medrano, Díaz, López, Delgado, Belmonte, Vivanco y Prado, rogándote que les comuniques tu inspiración y que emplees tu poder persuasivo en convencerlos; que añadan nuevas comedias á las que ya se han representado de ellos, y que, despojándose de la falsa modestia que los distingue, las presenten al publico sin miedo.

Medrano, después de sentarse a la sombra de algún árbol, quedábase mudo un instante, sin otro movimiento en toda su figura que la roja pluma del sombrero que el céfiro agitaba. Pero poco después, incitado por la vista del valle, cuya extensa claridad le recordaba la mar luminosa y tranquila, poníase a referir la captura de poderosos bajeles o algún audaz desembarco en las costas de Levante.

A veces un rayo luminoso pasaba entre el follaje y hacía temblar sobre el libro una medalla de sol. Aquella sombra le sabía a la frescura barrosa que el agua conserva en las alcarrazas. De pronto un rumor de pasos acelerados le hizo levantar la cabeza. Miró. Era Medrano corriendo por el atajo en dirección al caserío. ¿Dónde vais? gritole. El escudero indicó con breve ademán que le siguiese.

A las 6 leguas llegué a la posta llamada la Esquina de Medrano. Desde aquí seguí al Paso del Rio Tercero, llamado de Ferreira, á las 13 leguas, á donde llegué de noche, y pasé á la banda septentrional, donde está la casa de posta: el camino, terreno, campos &c., son iguales á los de la mañana. Toda la orilla del rio está poblada de ranchos, en donde siempre crian sus ganados y labran la tierra.