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No habíamos acabado de limpiarnos la boca cuando el implacable Mayoral nos llamó á la diligencia. Era preciso hacer la digestion á saltos, despues de haber comido en abreviatura bajo el régimen gallináceo ¡Imposible dormir en aquella cueva que se llama berlina, tieso como estaca y sacudido atrozmente por el armatoste que, tiene por piloto al Mayoral!

El mayoral grita como un dragon, sacudiendo las riendas y el foete, agitando en una convulsion rabiosa todo el cuerpo; el zagal le acompaña en gritos, movimientos y reniegos; y el delantero, que les sacude tambien á veces á las mulas que están á su alcance, redobla la actividad para apurar la carrera.

Era una patrulla de «colorados». El jefe habló con el mayoral. «¿Qué llevas ahí?» Y al saber que no llevaba otro pasajero que un pobre muchacho español, algunos jinetes avanzaron su cabeza por las ventanillas. «¡Ah, galleguito; «blanco» de mier... coles! ¡Déjate crecer el pelo para que te cortemos mejor la cabeza cuando seas grande!...» Lo decían riendo; pero yo, que sólo tenía trece años, me acurruqué en un rincón y deseaba meterme debajo del asiento.

Estoy en un mundo donde yo mando, quiero: y el coche está pronto, y el mayoral en su puesto, y el postillon en el suyo, y vuelo como llevado en alas del viento.

Allí hube de tomar por primera vez esa máquina infernal que se llama diligencia y que caracteriza vigorosamente á uno de los tipos mas curiosos, tipo que se divide en tres entidades homogéneas pero diversas: el mayoral, el delantero y el zagal. Francamente, creo que Santo Domingo de Guzman, Felipe II y el amable Torquemada no entendian el oficio.

Quedaba convenido con el mayoral que éste enchiqueraría para él los dos toros escogidos. Los otros espadas no protestarían. Eran muchachos de buena suerte, en plena audacia juvenil, que mataban lo que les ponían delante.

La máquina llegaba frente al portal, y aquí era donde se probaba la habilidad náutico-cocheril del mayoral: la máquina daba una vuelta, los machos entraban en el portalón, y tras ellos el vehículo, siendo entonces el ruido tan formidable, que la casa parecía venirse al suelo.

¡Qué cosas tienes! respondió la muchacha destapando el rostro y sonriendo . Es natural que sienta dejar al pobre papá y... y a las chicas. Pues ellas murmuró el señorito me parece que no te echarán memoriales para que vuelvas. Nucha calló. El carruaje brincaba en los baches de la salida, y el mayoral, con voz ronca, animaba al tiro.

Cuando el viaje es largo los peligros aumentan. Como jamas se varía el mayoral ni el delantero, que son los pilotos de la diligencia, el sueño los domina á veces, y con frecuencia el coche vuelca y se despedaza, se estrella en un recodo, ó se precipita en un desfiladero, sucediendo no pocas desgracias.

Salabert era un terrible sobrestante para sus operarios, un verdadero mayoral de ingenio. No los dejaba reposar: les exigía un cuidado incesante: jamás se le daba gusto en nada. Se trataba un día de trasladar cierto armario de ébano tallado, desde el salón que iba a ser de conversación, a la sala destinada a jugar.