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Actualizado: 26 de julio de 2025
La calma de los mayorales y zagales contrasta singularmente con la prisa y la impaciencia que se nota en las menores acciones de los viajeros; pero es de advertir que éstos, al ponerse en camino, alteran el orden de su vida para hacer una cosa extraordinaria; y mayoral y el zagal por el contrario hacen lo de todos los días.
Oyose al mayoral el grito de: «Al coche, señores», y el señor Melín volvió a ocupar su puesto. Tenía ya el pie en la rueda y la cara a nivel de la corrida ventanilla, cuando sus ojos se encontraron de repente con otros que le parecieron los más hermosos del mundo.
Pues, claro. Y si fuese campanero, el de verdad, vamos don Pedro... ¡ay Dios! entonces no se hablaba más que con el Obispo y el señor Roque el mayoral del correo.
Fúndanse, para justificar esta presunción, en que Lucifer se llama en los últimos prince des diables y procureur des enfers y en las primeras mayoral do inferno y meirinho da corte infernal.
Y todos lo creyeron; porque en este ramo del saber humano no tenía rival en Madrid, si no era el duque de Saites, reputado como el primer mayoral de España. Ah, vamos, falta de luz. Tampoco. Rafael Alcántara se encogió de hombros y se puso a hablar con los que tenía cerca. Era un joven rubio, de fisonomía gastada, ojos pequeños y verdosos, malignos y duros.
El compañero masculino me pareció ser un bulto que se hallaba envuelto en una ancha capa á algunos pasos de la diligencia, paseándose con abandono como si solo quisiese desentumir sus músculos un poco. El mayoral anunció la partida, y el bulto se apresuró á entrar á su rincón, sentándose á mi derecha.
Yo mismo no lo sé; vuecencia tenía la silla de manos dispuesta en una encrucijada; la noche en que vine era tan obscura, que aunque hubiera querido... Muy bien; ahora mismo buscarás un coche de camino. Muy bien, señor. Que el mayoral y los mozos sean extraños, que no me conozcan. Muy bien, señor. Necesito ese coche dentro de una hora. ¿Y el equipaje del señor? No necesito equipaje.
Escríbame usted añadió estrechándome entre los brazos con verdadera emoción. De mi parte prometo hacer otro tanto. Animo y buena suerte. Todo le favorece para alcanzarla. Apenas había ocupado su asiento en la alta banqueta, cuando el mayoral tomó las riendas. ¡Adiós! repitió con una expresión en el rostro que revelaba a la vez ternura y satisfacción.
El mayoral hizo chasquear la fusta sobre los cuatro caballos del tiro y el carruaje partió camino de París. El día siguiente a las ocho de la mañana estaba ya instalado en el colegio. Entré el último para evitar la oleada de alumnos y no hacerme examinar en el patio con esa mirada no siempre benevolente que son observados los recién llegados.
Vestía un chaquetón del grueso de una albarda, y hacía rodar su gorra de pana entre los dedos con manifiesto embarazo mientras declaraba. La voz era bronca, como conviene a todo mayoral que se estime en algo; el estilo pintoresco, abusando un poco de los tropos. Pus a mí me dijo el amo: Lico, hay que dir a Peñascosa a por unos señores. No pases de la venta de Marica, y duérmete allí.
Palabra del Dia
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