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Además, había aportado al matrimonio una dote de trescientos mil francos, capital que sirvió al ingeniero para ensanchar sus negocios. El senador había intervenido en el arreglo de esta sociedad matrimonial. Laurier le interesaba por ser hijo de un compañero de su juventud. La presencia de Julio fué para Margarita Laurier un rayo de sol en el aburrido salón de Lacour.

Las enfermedades y los caprichos de la esposa, los gastos exorbitantes de la casa, el llanto de los chiquillos, las exigencias de la nodriza, todas las miserias y contrariedades de la vida matrimonial en suma, se ofrecían a su imaginación con tal relieve y sabía describirlas tan gráficamente que, escuchándole, a nadie le entraba en apetito el probarlas.

»De un punto sumamente grave te quiero hablar ahora, y es de la vida conyugal, cosa que, según oigo decir, anda ahora muy por los suelos. Yo quisiera que la tuya fuera ejemplar y que nadie pudiese en ningún punto poner en duda la limpieza de tu honor ni la firmeza de tu fe matrimonial.

Parece así como la primera señal ostensible de su independencia, una declaración enérgica y valerosa de que están hartas del yugo matrimonial y que no se hallan dispuestas a soportarlo por más tiempo. Eso no es exacto repuso la condesa un poco picada . Aquí tiene usted a Elena que es rubia y sin embargo se halla bien conforme con su marido.

Era hombre de tan mala puntería que no daba ni al viento... De vuelta en Madrid, había empezado aquella vida matrimonial reglamentada, oprimida, compuesta de estrecheces y fingimientos, una comedia doméstica de día y de noche, entre el metódico y rutinario correr de los ochavos y las horas.

Al oír esto, la cara arrugada del viejo se iluminó con una severa sonrisa, y observó: No hay duda, hará una espléndida conquista matrimonial. ¡Ah! si usted pudiera conseguir que le dijera todo lo que sabe, lo pondría en posesión del secreto de su padre. ¡Qué! ¿acaso ella lo conoce? exclamé. ¿Está usted seguro de eso? Lo estoy; ella sabe la verdad. Pregúnteselo.

El tío Manolo, sereno, majestuoso, semejante a un dios, se fue a descansar, meditando como Ulises la muerte de los pretendientes. Quizá juzgaba incompatible el cargo de tutor diligente con los deberes que impone el yugo matrimonial, y prefería sacrificar en provecho de su sobrino los placeres inefables con que la familia le brindaba.

Los casaban por vocación irresistible de su espíritu, por una necesidad de su organismo, como teje la araña la tela y cantan los pájaros en el bosque. Una vez enlazados por el vínculo matrimonial, los tertulios, lo mismo hombres que mujeres, perdían todo su atractivo para las señoritas de Meré.

Todo depende de la hondura con que luego, en la vida diaria, eche sus raíces el cariño, porque es éste, el santo cariño, lleno del sentimiento del deber y de una rígida y caballeresca lealtad a la fe jurada, el que forma los sólidos vínculos de la vida matrimonial.

Me despedí de este paisano, que sin duda no era un caso muy significativo de ternura matrimonial; le conté la conversación a mi segundo, e hicimos una serie de indagaciones entre capitanes, pilotos y contramaestres vascongados.