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Actualizado: 16 de junio de 2025


Tomó su desayuno en un velador del vestíbulo, leyó periódicos, tuvo que salir á la puerta huyendo de la matinal limpieza, perseguido por el polvo de las escobas y las alfombras sacudidas, y una vez allí, fingió gran interés por los músicos ambulantes, que le dedicaban romanzas y serenatas, poniendo los ojos en blanco al presentarle sus sombreros. Alguien vino á hacerle compañía.

Que el sol del mediodía es demasiado ardiente... Que el aire matinal es demasiado frío... ¡Siempre la misma canción! ¿Para qué quiero unos pies tan gustosos de correr, sino se les deja salirse con la suya? Me tratan como a una pobre flor de invernadero, condenada a vivir en un medio artificial. ¿Será que estoy enferma, papá? No, hija mía, no, ¡qué niñería!

Entretanto sus ojos acechaban la casa vecina. ¡Cuán intensa fascinación cobraron entonces para él, en la frescura matinal y entre el canto de los pájaros, aquellas entornadas celosías que le hacían pensar en el sueño de su amada! Cierta tarde, entre un claro del ramaje, vio pasar a Beatriz, que no quitaba los ojos del seto. El mancebo se mostró.

Ojeda la entendió. ¡Dueño mío!... ¡Mi dios!... ¡Te amo! La mano oculta apoyaba estas palabras con fuertes estrujamientos. Un amigo de Kasper vino a sacarle de la infructuosa predicación, libertando a sus distraídos oyentes. Le esperaban en el fumadero para empezar la partida matinal de poker. Hasta luego, señor. Los amigos me reclaman. Tiempo nos queda para hablar de estas cosas.

En la parte posterior de la casa continuaba el jardín hasta el punto en que empezaba el monte de frutales y era de tal modo vibrante y compacto, si puede decirse, casi aturdidor, el cantar matinal de los pájaros, que hizo exclamar a Lorenzo: Parece una pajarera esta casa. ¿Has visto?... ¡Cuánto pájaro! ¿eh?

Por ser la más accesible para «por entonces», según dictamen de don Sabas, comenzamos a faldear la de la izquierda; y sube que te sube, dimos al fin en un entrellano donde ya escaseaba la vegetación y se me iba haciendo insoportable la brisa matinal por su frescura. Allí se apeó don Sabas, y me ordenó que hiciera yo lo mismo.

Por la noche fuí al castillo, la señorita Laroque me acogió con ese aire de indolencia desdeñosa, de distracción sombría y de amargo fastidio que la caracteriza habitualmente, y que formaba entonces un singular contraste con la graciosa bondad y la festiva vivacidad de mi matinal compañera.

Y siguió adelante, sonriendo con una tolerancia de veterano al pensar en las locuras de la «muchachada». Estaba tranquilo por haberle dicho su ayuda de cámara andaluz que los hijos mayores roncaban en sus camarotes con la fatiga de una noche pasada en claro, pero sin desperfectos visibles. La música siguió desarrollando su programa matinal como si sonase en el vacío.

A estas horas las damas permanecían abajo todavía, en los camarotes y las salas de baño. Maltrana había sorprendido algunas veces las intimidades del arreglo matinal al transitar por los pasillos de las cubiertas inferiores, tropezándose con mujeres envueltas en kimonos y batones viejos que apresuraban el paso para refugiarse en sus camarotes, ocultando la cara como si temiesen ser reconocidas.

No había encontrado á ninguno de sus compañeros, ni siquiera al coronel. Quería marchar solo hacia la ciudad, como si le atrajese la alegría matinal del domingo, que se convierte al llegar la tarde en tedio abrumador. Fuera de la verja le saludó una muchacha que esperaba el paso del tranvía. Era pequeña, pero sus pies estaban montados en violento ángulo sobre unos zapatos de tacones agudos.

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