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Actualizado: 28 de junio de 2025
No, no, si es el Provisor déjele usted que entre, que quiero matarle yo mismo.... ¿Quién llora ahí? Es su hija de usted. ¡Ah grandísima hipocritona, si me levanto, mala pécora! la que mata a su padre de hambre, la que echa cuentas de rosario y pelos en el caldo, la que me echa en las narices el polvo de la sala, la que se va a misa de alba y vuelve a la hora de comer... ¡infame, si me levanto!
3 Ve pues, y hiere a Amalec, y destruiréis en él todo lo que tuviere; y no tengas piedad de él; mata hombres y mujeres, niños y mamantes, vacas y ovejas, camellos y asnos. 4 Y Saúl juntó al pueblo, y los reconoció en Telaim, doscientos mil hombres de a pie, y diez mil varones de Judá. 5 Y viniendo Saúl a la ciudad de Amalec, puso emboscada en el valle.
Y todos apuramos de un sorbo su contenido. Sandy estaba beodo. Bajo una mata de azalea encontrábase en el suelo, tendido, casi en la misma actitud en que había caído hacía algunas horas. El tiempo transcurrido desde que se tendió allí no lo sabía ni le importaba, y cuánto tiempo continuaría allí tendido era para él cosa que igualmente le tenía sin cuidado.
Sí, lo que es el tiro me lo pego; vaya si me lo pego... Lo malo es que no tengo revólver... Se me está figurando que al fin y al cabo no me pegaré tiro ninguno. Es uno así, tan dejado, que no se arranca... Ya voy viendo yo que una cosa es decir uno de buena fe que se mata, y otra cosa es hacerlo... Pero en fin, yo sigo en mis trece, y al fin, me lo tendré que pegar, no habrá más remedio». vi
Clarence King y á una respetable comisión de senadores, á que pidan, valiéndose de mil injurias contra España, que el gobierno de la gran república declare beligerantes á los insurrectos, procure que otras potencias también los declaren, y garantice así la impunidad de todos ellos para el día en que depongan las armas, cansados de andar á salto de mata y de perpetrar toda clase de delitos.
Subiendo, pues, el Rio de la Plata, Al Paraguay se llegua muy ameno, El cual con menos furia se desata, Y en su corriente viene mas sereno. Por sus riberas caza bien se mata. Que el campo de venados est
Tuve que imponerme para que no acabara con el desdichado perceptor, que aun vapuleado de aquel modo, tenía la prudencia de no gritar, porque no se enterase la vecindad del escándalo, y con voz sofocada decía llorando: ¡Que me mata este caribe! ¡Favor, señor D. Gabriel, favor!
Daba voces maese Pedro, diciendo: -Deténgase vuesa merced, señor don Quijote, y advierta que estos que derriba, destroza y mata no son verdaderos moros, sino unas figurillas de pasta. ¡Mire, pecador de mí, que me destruye y echa a perder toda mi hacienda! Mas no por esto dejaba de menudear don Quijote cuchilladas, mandobles, tajos y reveses como llovidos.
¡Era demasiado para don Mariano!... ¡Con qué gusto se cambiaría por aquel afortunado capitán Pérez!... ¡Y pensar que tan odioso militarejo pudiese llegar de un momento a otro a destruir el pequeño e inocente placer de su amistad con la deliciosa criatura, como un asno que arranca con los dientes, al pasar por un jardín, una florida mata de claveles!
Cristián Nickel tenía siempre la misma respuesta para todas las observaciones que le hicieron: «Está bien..., es justo..., pero el Evangelio dice: «Vuelva el palo a su sitio... Quien a hierro mata, a hierro muere.» Sin embargo, les ofreció que rogaría por la buena causa; eso fue todo lo que pudieron obtener de él.
Palabra del Dia
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