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Actualizado: 28 de junio de 2025
Y luego que me ha visto chalá, y me ha deshonrao, y me ha tenío tres años sujeta como una mona, de la noche a la mañana y sin decir «agur Conchita,» se escapa a París, y ¡venga juerga con las suripantas!... ¡Qué bonito! ¿verdá ustedes?... Pero como yo soy hija de mi padre y de mi madre, y no hay más que una vida que perder, y de mí no se ha reído ningún roío dao por tal como éste, a este tío asqueroso nadie le mata más que yo, ¿saben ustedes?
En la población de Fiddletown se la consideraba por todo el mundo como una mujer bonita. Su buena figura, realzada por una espléndida mata de cabello castaño se caracterizaba por un hermoso color y cierta gracia lánguida que le prestaban un no sé qué interesante y distinguido. Vestía siempre con gusto y para Fiddletown era la última moda.
No, no tendría valor ni hoy ni mañana, ni nunca, ¿para qué engañarse a sí mismo? Mata el que se ciega, el que aborrece, él no estaba ciego, no aborrecía, estaba triste hasta la muerte, ahogándose entre lágrimas heladas; sentía la herida, comprendía todo lo ingrata que era ella, pero no la aborrecía, no quería, no podría matarla.
Iba aquel día bizarramente ataviada: brial de raso azul, justillo recamado de seda y oro y bien peinada la negra y undosa mata de pelo, sujeta en rodete en lo alto de la gentil cabeza por rascamoño de oro, lleno de piedras preciosas.
Otros comediantes «cantan»; éstos son peores: son los esclavos del «latiguillo» odioso, los siervos del ritmo, en quienes la costumbre de «oírse» mata el hechizo avasallante de la emoción.
Mata al toro por mí, amor mío le grita una andaluza de tez morena y de dientes de esmalte . ¡Por Cristo! ¡no sonrías así a tu amante!... ¡Huye, José, huye, que el toro se te echa encima!...
Ya lograréis que os lo ceda. ¡Lo compraremos, si es preciso! ¡No soñéis siquiera en eso! Un médico no vende nunca a sus enfermos. Los mata algunas veces, en interés de la ciencia, para ver qué tienen dentro; pero traficar con ellos... ¡jamás!
Se introdujo en el grupo para saber de lo que se trataba. Solía por las tardes ir a dormir la siesta a la Mata, debajo de una gran acacia, y se placía extremadamente en escuchar horas enteras los gorjeos de los pájaros, los rumores de los árboles, el canto de los insectos.
Un crimen nunca aprovecha a su autor; sólo resulta útil a los otros. Se mata a un rico en la carretera y se le encuentran cien sueldos en el bolsillo. Todo lo demás va a parar a los herederos. ¡Pero aquí soy yo la que hereda! No heredarías si te sorprendiesen en un delito. Por de pronto, ella puede morir de muerte natural.
En una palabra, éste es el venenoso, el calavera plaga: los demás divierten; éste mata.
Palabra del Dia
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