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Actualizado: 14 de julio de 2025


Ahora mandaré un hombre a que recoja mi equipaje. Me voy, porque tengo prisa dije. Bueno, bueno me contestó el patrón. Fuí saltando de barca en barca hasta ganar las escaleras del muelle. Estaba desierto. Yo sentía una gran angustia. Al pasar por el taller de tornero de Zelayeta encontré a mi amigo; le cogí del brazo y le pregunté lo que se decía en el pueblo de Mary y de Machín.

En el hotel que habitaba en Munich encontró a miss Mary Gordon, a la que había visto antes en el teatro de Wagner. Era una inglesa alta, esbelta, de pocas y finas carnes; un cuerpo de gimnasta, en el que los deportes habían contenido las amenas redondeces femeniles, dándola un aspecto juvenil, sano y asexual de bello muchacho.

Machín levantó la cabeza, asombrado del tono del médico, dispuesto, sin duda, a replicar con violencia; pero se calló. Yo vengo a hacer dos cosas dije yo . La una, entregarle a usted este sobre del difunto padre de Mary. ¿A ? preguntó él en el colmo del asombro. , a usted y saqué el sobre y lo dejé encima de la mesa. Está bien, muchas gracias murmuró él.

Mi familia ha terminado. ¡Tantos jóvenes que había en ella!... La vida es rara. Transcurre el tiempo sin que surjan sucesos extraordinarios, y de pronto, las horas valen meses, los días son años, y pasan en unos minutos cosas que en otras ocasiones necesitarían siglos. ¡Todos muertos! Sólo queda mi sobrina Mary, la enfermera.

Se sintió empujado rudamente por una mujer con uniforme. Era Mary Lewis que corría, abriendo todo el amplio compás de sus piernas, para alcanzar al carruaje. Esta amazona del bien siempre llegaba á tiempo para encontrarse con el dolor. Lubimoff vió como se alejaba poco á poco el vehículo con su orla de gentío.

Volví a insistir con mi madre para que recogiese a la huérfana, pero ella se negó en redondo. No creía que fuera su sobrina, sino la hija de un aventurero; sabe Dios de quién. Entonces fuí a ver a Cashilda, la mujer de Recalde, e hice un convenio con ella de pagarle un tanto por tener en su casa a Mary, siempre que la muchacha se portara bien.

El sol se levantaba, ahuyentando las nieblas; el viejo campanario, las casas, el puerto, la punta del Rompeolas iban apareciendo ante mi vista. No qué influencia deprimente tiene en la mañana, que es como una matadora de ilusiones; todo lo que me parece fácil y asequible de noche se me figura erizado de dificultades al amanecer. Era demasiado temprano para ir a ver a Mary.

Si no, me quedaba en el barco, escribiendo a Mary. La cuestión del nombre de mi tío Juan de Aguirre, que a veces me preocupaba, se aclaró en Burdeos. Un viejo marino retirado, que tenía una tienda de objetos náuticos, y que navegó con mi tío Juan, me dio nuevos datos acerca del padre de Mary.

El barrio entero de pescadores se hallaba preocupado con tal persecución. Al recibir aquella carta me dispuse a ir a Lúzaro; antes pensaba en esperar a reunir algún dinero para casarme; ya no vacilé, decidi casarme en seguida. Si Mary quería, por supuesto. Pasaria unos dias en Lúzaro, pondriamos la casa en Burdeos y me iría a navegar.

Nos escribíamos en todos los correos; yo la llamaba a ella «mi querida Mary», y ella «mi querido Shanti». Muchas veces me decía en broma: La Egan-suguia nos protege. Yo no le había dicho claramente que estaba enamorado de ella y que aspiraba a hacerla mi mujer.

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