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Actualizado: 25 de julio de 2025


Aliviada la situación en Inglaterra, Alemania y Holanda, por la Reforma, que secularizó los bienes eclesiásticos y suprimió la deprimente confesión auricular y el dispendioso culto de las reliquias, y agravada en Francia por las Dragonadas y la expulsión de los hugonotes, que exportó para aquellos países, con los industriales, las industrias francesas, este país, que había alcanzado en l'élite qui fait la foule, un más alto nivel de cultura, y no tenía, como la España, un continente colonial para ordeñarlo en beneficio de la metrópoli, vino a ser el paraje en que hicieron crisis las iniquidades de la civilización cristiana, agotando los límites de la dignidad humana agrandada y de la paciencia achicada por los filósofos del siglo XVIII.

No hay medicamentos, aun entre aquellos cuya accion es mas asténica y deprimente, que no despleguen al principio de accion algunos síntomas hiperémicos, que no tengan un momento de orgasmo, un movimiento de escitacion, sino siempre sanguíneo, nervioso al menos, y como tal, fluxionario generalmente.

En cambio, las complicaciones de la vida moderna, con sus crecientes necesidades, favorecen la pasión del juego y hasta la agravan. El príncipe le interrumpió. Tal vez era cierto lo que decía, pero ¡qué vicio deprimente el juego! Los seres más razonables se dejaban dominar por él, hasta perder su inteligencia ordinaria.

El sol se levantaba, ahuyentando las nieblas; el viejo campanario, las casas, el puerto, la punta del Rompeolas iban apareciendo ante mi vista. No qué influencia deprimente tiene en la mañana, que es como una matadora de ilusiones; todo lo que me parece fácil y asequible de noche se me figura erizado de dificultades al amanecer. Era demasiado temprano para ir a ver a Mary.

Sintió de pronto todo el peso del insomnio y la inapetencia, toda la emoción deprimente de las sensaciones crueles experimentadas en las últimas horas. ¡Cuán desgraciados eran los dos!... Ella avanzaba con precaución, mirando á un lado y á otro, como el que presiente un peligro.

Le ruego que no discutamos eso. Debe pasar inadvertido. ¿Por qué? Porque, si yo tratara de hacerlo castigar, él podría declarar algo... algo que deseo que permanezca siendo un secreto. Yo sabía eso, y recordé cada palabra de aquella acalorada conversación nocturna. El bribón conocía algún secreto suyo, el cual temía ella que fuera revelado, pues debía ser deprimente y perjudicial.

Hacia el fin de agosto, Juan se hallaba solo en el gran escritorio de la cristalería de Creteil. Era uno de esos días de calor deprimente, que parecen retardar el transcurso de las horas lentas. Aquella atmósfera tempestuosa, que pesaba sobre la Naturaleza, haciendo cesar el canto de las aves y el murmullo de las hojas, exasperaba los nervios enfermos del joven.

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