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Sólo se sabe de él que es el mismo autor de otra novela titulada Amitié Amoureuse, publicada anteriormente en París, que llamó la atención de toda Francia. En una admirable noche del mes de junio reina extraordinaria animación en el viejo castillo de Creteil. En el patio de entrada, el continuo rodar de los carruajes no cesa hasta después de haber dado las doce en el campanario de la iglesia.

Al fin, la dura prueba terminó; un antiguo amigo de la familia de Chanzelles, compadecido de la situación lastimosa en que vegetaban el tío y el sobrino, ofreció a Pablo un puesto bastante ventajoso en la fábrica de cristales de que era propietario en Creteil. Pablo aceptó con alegría.

Además, Juan tuvo la suerte de encontrar a mi padre quien lo dirigió y sostuvo. ¿Quién es ese Juan? Un niño abandonado, que mi padre recogió en otro tiempo y que ha sabido adquirir en nuestra cristalería de Creteil, la ciencia completa de su oficio, sin descuidar sus estudios escolares. Con una rara facultad de asimilación siguió los cursos nocturnos y aprovechó toda ocasión de instruirse.

Pasaré a Budapest, y regresaré por el Tirol austriaco y la Suiza. Y ¿qué piensas hacer en tus vacaciones? Todavía no si las tendré. Tu padre y yo no podemos dejar a un mismo tiempo la fábrica. El señor Aubry me ha parecido algo fatigado en estos últimos días; desearía que descansase de una manera continua, en vez de veranear, como el año pasado, yendo y viniendo de Etretat a Creteil.

Sin embargo, mi deseo es quedarme el mayor tiempo posible; nada, por el momento, exige mi presencia en Creteil. Antes de salir de allí, he organizado todo, y para el trabajo corriente, Rousseau es un hombre en quien se puede fiar.

De esta manera fue como Juan entró de aprendiz en la fábrica de cristales de Creteil. El señor Aubry lo confió desde luego al guardián del establecimiento, un viejo obrero inválido, cuya mujer, como no tenía hijos, aceptó gozosa la misión de cuidar al chico. Instalado así en familia, en una pequeña casita a orillas del Marne, Juan se aclimató fácilmente a su nueva residencia.

Y un pesar tan grande lo invadía, ante la sola idea de permanecer tres meses sin verla, que había preferido seguir sufriendo como en el tiempo pasado, a la angustia de la hora presente. Los Aubry dejaban, pues, a Creteil, en los primeros días de julio, para instalarse en su villa de Pervenches.

Acababa de cumplir veintiocho años cuando estalló la guerra de 1870, que hizo sufrir al país la vergüenza de las derrotas. El señor Bontemps fue muerto en Gravelotte. A su lado, Pablo combatió valientemente. Pasada la tormenta, se vio que estos horribles acontecimientos, la guerra primero, y luego la Comuna, habían herido mortalmente la fábrica de Creteil.

Hacia el fin de agosto, Juan se hallaba solo en el gran escritorio de la cristalería de Creteil. Era uno de esos días de calor deprimente, que parecen retardar el transcurso de las horas lentas. Aquella atmósfera tempestuosa, que pesaba sobre la Naturaleza, haciendo cesar el canto de las aves y el murmullo de las hojas, exasperaba los nervios enfermos del joven.