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Acababa de cumplir veintiocho años cuando estalló la guerra de 1870, que hizo sufrir al país la vergüenza de las derrotas. El señor Bontemps fue muerto en Gravelotte. A su lado, Pablo combatió valientemente. Pasada la tormenta, se vio que estos horribles acontecimientos, la guerra primero, y luego la Comuna, habían herido mortalmente la fábrica de Creteil.

Los hornos estaban apagados, las construcciones se derrumbaban; habían recibido las balas prusianes y las balas francesas. La familia Bontemps propuso entonces a Pablo prestarle una corta cantidad de dinero, para que tratase de poner la fábrica en actividad. Pero la suma que se le entregó era tan insignificante, que el joven tuvo que vencer las más grandes dificultades.

Aquel trabajo le gustaba; se entregó a él por completo; teniendo la dicha de encontrar en el señor Bontemps, el amigo de su tío, un director inteligente y bueno. Los inventos de su tutor, cuyas retortas ardían siempre, en busca de alguna quimera, habían familiarizado a Pablo con las preparaciones químicas; de manera que en poco tiempo pudo hacerse útil, y se hizo apreciar.

Finalmente, tuvo la suerte de descubrir un cristal mucho más blanco que el Baccarat, que, con un tallado hábil, producía reflejos de diamante. Este fue el principio de una era de gran prosperidad para la fábrica. Llegó a tener una cantidad de demandas muy superior a la de la antigua casa Bontemps, y, entonces, el nuevo dueño se permitió emprender obras de arte.