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Si hubiera sabido qué sacrificio había hecho revelando mi secreto, habría dado aún más valor a mi cariño. En verdad, mis presentimientos no me habían engañado: desde el momento en que Marta tuvo las cartas en sus manos, se acabó para siempre la dicha que me causaba ese convenio secreto con Roberto.

Doña Gertrudis se hallaba padeciendo un ataque fortísimo, del cual se temió que no saliese. Volvió en , pero fue para caer en seguida en otro. ¡Qué noche tan angustiosa! Don Máximo y la señora de Ciudad se quedaron con la pobrecita Marta para velar a la enferma. Ricardo tampoco quiso dejar la casa.

Os he comprendido. Mientras Marta no sea para más que una sirvienta, tiene que sonrojarse de su amor; pero así que tenga la certidumbre de ser mi mujer, tendrá, por el contrario, mil razones para estar orgullosa de mi amistad. ¿No es ése vuestro modo de pensar? , balbució Catalina estremeciéndose . Pero, ¿acaso queréis proponerle el matrimonio tan pronto, mañana mismo?

Los más cobardes forcejeaban con los guantes buen rato y concluían por rogar a algún señor grave que les abrochase los botones. Terminada la operación y al disponerse a bailar, se encontraban con que no había ninguna muchacha sentada. Entonces se resignaban a bailar con alguna mamá. Una en pos de otra, todas las parejas rompieron el baile. Marta permaneció sentada.

Más de una vez, durante la noche, me he despertado, temblando, al pensar que quizá la había ahogado entre mis brazos. Y, finalmente, la he ahogado en realidad. Lo que me convenía era una mujer fuerte y... Espantado se detuvo y dirigió al rostro de Marta una mirada que pedía humildemente perdón; pero yo completé su frase con el pensamiento.

¡Se ha ido! ¡Huyó esta noche! exclamó . ¡Ya está a varias horas de Orsdael! ¡Dios mío! ¡Dios mío! ¡Y se lleva mi vida! ¡Estoy perdido! ¡Estoy perdido! Ebrio de cólera, azorado por el terror, se precipitó sobre la joven, la tomó de los hombros, la sacudió violentamente y le preguntó: ¿Dónde está Marta?... ¿Qué es lo que te ha prometido?... ¿Qué es lo que quiere hacer? ¡Habla o te mato!

Pensaba, sin duda, en la suerte de Marta Sweerts, en las sangrientas afrentas que tenía que sufrir todos los días, en la inutilidad de los esfuerzos para descubrir el impenetrable secreto. Cuando llegó a la carretera, advirtió al intendente que iba unos cien pasos delante de ella. Esto la alegró porque no había visto a Marta desde hacía una semana.

Y la misma Marta me envidiaba, bien lo veía en los ojos tristes que fijaba en él y en ; habría deseado, para sacrificarlas a Roberto, toda la fuerza, toda la energía que me daba la juventud. La besé, traté de alentarla, y en la mirada suplicante que dirigió a su marido, leí este pensamiento: «Te doy todo lo que soy; perdona que sea tan poca cosa

Sabía de todo, despreciaba a los españoles disimulándolo, idolatraba a su hija Marta, y venía a hacerse rico. Detrás de esta pareja entraron, también del brazo, Marta Körner y Bonis; les seguía de cerca, solo, D. Juan Nepomuceno, que parecía haberse azogado las patillas, que semejaban pura plata.

Así, pues, yo estaba sentada junto a la cama de mi víctima, esperando su muerte, que era también la mía. Aquello duró mucho. Pasaron las horas del día; Marta vivía todavía. Su pulso no latía ya desde hacía rato, su corazón parecía paralizado, pero su respiración continuaba siempre ligera y rápida.