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Actualizado: 14 de mayo de 2025
Yo tengo alguna idea, como todo hombre, de lo que son dos ojos que nos aman, cuando uno se va acercando mucho a ellos. Pero la luz de aquellos ojos, la felicidad en que se iban anegando mientras me acercaba, el mareado relampagueo de dicha, hasta el estrabismo, cuando me incliné sobre ellos, jamás en un amor normal a 37° los volveré a hallar.
Fortunato levantó la cabeza y sonrió. Hola, ¿eres tú? Don Fermín se sentó en un sofá. Estaba un poco mareado; le dolía la cabeza y sentía en las fauces ardor y una sequedad pegajosa; se ahogaba en aquel recinto cerrado y estrecho; el alcohol le había perturbado.
Exactamente como si su marido fuese un gato, Fierabrás se frotó todavía varias veces contra las sayas de su esposa, dio unas cuantas vueltas roncando, y al fin entró en la casa en la misma posición. Una vez allí, quiso, al parecer, levantarse, pero no pudo. Mareado por el alcohol, por las vueltas que había dado en cuatro pies y por la viva luz de la lámpara de petróleo, dio consigo en tierra.
Salí con la vieja, y al pasar por la muralla deteníame para ver los barcos; mas no me era posible entregarme a las delicias de aquel espectáculo, por tener que contestar a las mil preguntas de Doña Flora, que ya me tenía mareado. Durante el paseo se le unieron algunos jóvenes y señores mayores. Parecían muy encopetados, y eran las personas a la moda en Cádiz, todos muy discretos y elegantes.
Más por complacerla que por esperanza de obtener resultado alguno, Nolo consintió en recorrer los montes que dominaban el castañar del tío Goro. Vagaron por ellos á la ventura sin tropezar ser viviente. Al cabo divisaron entre los árboles una luz. ¿Dónde estamos? preguntó Felicia que con la pena y tanto paseo se había mareado. Cerca de la cabaña de Pepa la Pura.
La pequeña y gorda que la acompañaba era sin duda María-Manuela. Corrió á su encuentro, pero ellas, al verle, se separaron vivamente y, cada cual por su lado, se introdujeron en la muchedumbre, desapareciendo al instante de sus ojos. Por más que hizo no le fué posible dar con ellas. Mareado de tanta vuelta, rendido y triste, se determinó al cabo á salir del baile.
Tan mareado iba, que a los pocos pasos encontré al sereno y le di dos pesetas. Después me pesó, porque no había necesidad, según lo que Gloria me había dicho. Tampoco reparé esta vez si las estrellas centelleaban allá arriba con suave fulgor, ni si la luz de la luna se filtraba por el laberinto de calles oscuras, manchándolas aquí y allá con jirones de plata.
Quilito, a horcajadas otra vez en el caño, la barba sobre sus manos, lívido, mirando la llama con fijeza magnética, balbuceó que no sabía nada, que él desde mediodía faltaba de casa... Es un disparate tuyo agregó, cuando se está mal de la cabeza, se ven visiones. Agapo atizaba el fuego. ¡Por estas! dijo besando los dos índices en cruz, estaba mareado, pero no ciego. Créeme, hijo, créeme...
Porque ella no quiso... Hoy, sin su permiso, vengo a buscarle a usted para que le quite de la cabeza... ¿Qué le he de quitar, hombre? Una idea dijo Relimpio, cuando ambos andaban aprisa por la calle. ¿Y cree usted que yo soy quitador de ideas?... Vamos a ver: ¿usted está en su sano juicio, o se ha mareado hoy? No, Sr. D. Augusto; hace tiempo que no me mareo. Ella no me deja.
Entonces el Cigarrero, por última inspiración, soltó la capa, se agarró fuertemente al rabo de la bestia y comenzó a colearla; dio tantas vueltas, que al fin cayó mareado; el Gordo la llevó con la capa lejos.
Palabra del Dia
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