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Actualizado: 14 de mayo de 2025


»Mientras nos proporcionamos una casa en el campo, nos hemos alojado en la capital de la isla, en el hotel Victoria. Esperamos salir de aquí a fines de semana, pero no me atrevo a asegurar si lo haremos todos con nuestras piernas. Mi pobre enferma está cada vez peor; el viaje la ha fatigado más aún que si se hubiese mareado.

El idioma une los iberoamericanos a nosotros; pero otras cosas, positivamente más fuertes, los atraen hacia países de hablas muy distintas. En un viaje reciente, a bordo de un transatlántico, tuve la fortuna de coincidir con una ilustre compañía de actores españoles. Yo venía algo mareado.

Esos que son entierros baratos, P. Camorra, ¿éh? dijo Ben Zayb. Siempre he dicho yo que son filibusteros los que no pagan entierros pomposos, contestó el aludido riendo con la mayor alegría. Pero ¿qué le pasa á usted, señor Simoun? preguntó Ben Zayb viendo al joyero, inmóvil y meditabundo. ¿Está usted mareado, ¡usted, viajero! y en una gota de agua como esta?

¿Sabe usted que estoy un poco mareado?... El humo de los cigarros y el calor que aquí hace... ¿Quiere usted que salgamos a refrescarnos? Daniel se levantó a su vez; me prohibió pagar, porque tenía allí cuenta abierta, y salimos a la calle. Bajamos a la de las Sierpes, única donde quedaban aún ciertos residuos de animación. Había algunos cafés abiertos.

En tanto don José miraba al Palacio, tratando de adivinar lo que en su interior ocurría; mas nada revelaba el coloso en su muda faz de piedra. En ningún balcón se veía luz. Todo estaba cerrado y sombrío como el disimulo que precede a las grandes resoluciones. «¡Pobre señor! exclamó Relimpio ofreciendo a la dinastía extranjera el homenaje de un suspiro . Le tienen mareado..., aburrido.

, hasta ahora... y gracias á que el duque de Lerma está mareado, nadie nos ha dicho una palabra; pero en la corte, los mareos salen por donde entran; se amaña en minutos lo que parecía imposible, y el viento cambia de tal modo, que el que era céfiro blando para alguno, se le convierte de repente en huracán que le echa por tierra; particularmente yo, si paro algunas horas más en Madrid, dóime por embargado, y por algún tiempo, porque yo no he de hacer ni puedo hacer lo que sería necesario hacer para no ser encerrado.

Anhelantes, todas las bocas exclamaron: ¡Ah!... Tomó Juanillo un vaso de vino para darse coraje, y medio mareado ya por la fetidez de aquella carne horrible, se puso de pie y gritó a la concurrencia: ¿Qué les importa a ustedes que yo coma o no coma? ¡Mándense mudar ahora mismo, si no quieren que los eche como perros!

Cuando estuvo un poco mareado sacó la carta del cajón, lanzóse a la calle con brío, y en el primer buzón con que tropezaron sus ojos, ¡zas! la encajó. ¡Dios mío, qué he hecho! Disipóse la borrachera.

Casi no puedo hablar... Me parece que mi lengua pesa tanto como un pedazo de plomo. Toma, ahora estoy mareado... Adiós, viejo. Otro apretón de manos... Vamos, ¿estás dispuesto? . Perfectamente. ¡Fuego! eso me curará... Cayó. Pobre b... dijo el señor Durand. Esta fue la oración fúnebre del maestro Zeli.

Fué inútil que prolongara la suspensión y mucho más que repasara los globos exhaustos; tuvo que resignarse. Entretanto, la sostenida posición de la cabeza en alto lo había mareado un poco. Pesado de miel, quieto y los ojos bien abiertos, Benincasa consideró de nuevo el monte crepuscular. Los árboles y el suelo tomaban posturas por demás oblicuas, y su cabeza acompañaba el vaivén del paisaje.

Palabra del Dia

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