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Actualizado: 11 de mayo de 2025


A fines de julio los nauseabundos cigarros se escaparon tímidamente de no qué receptáculo invisible y encontraron gracia ante Germana, lo que dio a comprender que se encontraba mucho mejor. Fue por aquella época cuando el elegido por la señora Chermidy, Mantoux, llamado Poca Suerte, tomó el partido de envenenar a su ama.

El domingo por la mañana perdió la llave de su saco de viaje y se dirigió a un pequeño establecimiento de cerrajería de la carretera de Essonne donde soplaba el fuelle a pesar de la ley del descanso dominical. La muestra ostentaba este letrero: Mantoux Poca Suerte, cerrajero. El dueño era un hombre pequeño, de treinta a treinta y cinco años, moreno, bien formado, vivo y despejado.

Mantoux juró por el Dios de sus padres que cuidaría a la joven dama como una hermana de la caridad y que la obligaría a vivir cien años. Está bien respondió la señora Chermidy ; usted nos servirá a la mesa esta noche y le presentaré al señor duque de La Tour de Embleuse. Muéstrese a él tal como es usted y yo le respondo que le admitirá.

Mantoux se preguntó si no le había engañado su vista y si no era víctima de una alucinación; recuperó la presencia de ánimo, volvió sobre sus pasos y buscó al enemigo; el camino estaba desierto y la aparición se había desvanecido en la noche. Una obscuridad profunda envolvía la casa.

«Ocurra lo que ocurra, añadió para misma, ese bribón verá en a una inocente y no a su cómpliceMantoux sirvió a la mesa, no sin haber tomado una buena lección de su protectora le Tas. Los invitados eran cuatro: había otros tantos criados para cambiar los platos, y el cerrajero no tenía más que mirar lo que hacían los otros.

Las primeras sílabas de esos nombres forman una palabra. Usted ha adivinado en seguida el secreto de mi mnemotecnia. Repita usted: Rabichon... Lebrasseur, Chassepie y Mantoux. Es curioso. Ahora todos somos tan sabios como usted. Rabichon, Lebrasseur, Chassepie y Mantoux. ¿Y qué hacen esas buenas gentes?

Es un veneno que deja señales. ¡Cobarde! ¡Toma! No se hace uno cortar el cuello por 1.200 francos de renta!... La señora te hubiera dado todo lo que hubieras querido. Habérmelo dicho. Ahora ya es tarde. Mantoux esperaba en una habitación contigua la partida del doctor Le Bris. Algunas palabras sueltas de la conversación llegaban a sus oídos.

Aquel paraíso terrestre estaba cerrado por un seto de cactus y de áloes, formidable defensa si se cuida de ella, pero la infranqueable barrera había caído en tres o cuatro sitios y la delicada librea de Mantoux podía saltar sin peligro al recinto prohibido. El 26 de septiembre, hacia las cuatro de la tarde, aquel melancólico bribón pensaba en su desgracia franqueando la valla.

Ella misma leía las oraciones en latín. Los domésticos griegos se asociaban devotamente a la plegaria común, a pesar del cisma que divide a los cristianos de Occidente. Mateo Mantoux se arrodillaba en un rincón, desde el cual podía ver sin ser visto, y desde allí trataba de leer en la cara de Germana los estragos del arsénico.

La sombra que había seguido a Mantoux desde la villa Dandolo hasta el jardín de la señora Chermidy era el duque de La Tour de Embleuse. Un instinto tan infalible como el razonamiento dijo al insensato que Mateo era esperado en casa de la bella arlesiana. Espió su partida; esperó la hora en el fondo de un corredor obscuro de la villa.

Palabra del Dia

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