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Actualizado: 11 de mayo de 2025


Sus balcones aun estaban cerrados, y respetaron su sueño. Mateo Mantoux, que había redoblado su celo desde que el doctor le mantuviera en su plaza, lavaba activamente su ropa al borde de un arroyuelo que corría hacia el mar. El criado del señor Stevens acudió apresuradamente a llamar a su señor. En la vecindad se había cometido un crimen; todo el cantón estaba emocionado.

Ya he usado bastante el mío, no me ha traído más que desgracia, y quisiera dejarlo en Francia junto con mis vestidos viejos. Tiene usted razón. Eso es lo que se llama cambiar de piel. Ya hablaré de usted a la señora y si se arregla todo, le escribiré. Le Tas volvió la misma noche a París. Mantoux, llamado Poca Suerte, creyó haber hallado un hada bienhechora bajo la envoltura de un elefante.

Es inútil que disimules le decía ; irás a su casa y yo te seguiré. En las islas Jónicas la gente se acuesta temprano. A media noche todos dormían en la casa, menos el duque y Mantoux. El ex presidiario descendió a paso de lobo la escalerilla que conducía a su habitación. Al atravesar el jardín del norte creyó ver deslizarse una sombra entre los olivos.

Con ese mismo cuchillo se matará esta noche, si no llego a tiempo. ¿Quieres llevarme a su casa? Mantoux hizo nuevas protestas de que ignoraba el domicilio de la viuda, pero no pudo convencer al insensato viejo. Hasta las diez de la noche, el señor de La Tour de Embleuse le siguió a todas partes, al jardín, a la despensa, a la cocina, con la paciencia de un salvaje.

Si hubiese tomado una lección más detallada de toxicología o se hubiera acordado del ejemplo de Mitrídates, hubiera comprendido que los envenenamientos microscópicos producen unos efectos muy distintos de los que él esperaba. Pero Mateo Mantoux no había leído la historia. Lo que aun le habría extrañado más es saber que el arsénico a pequeñas dosis es un remedio contra la tuberculosis.

¿Dónde están los licenciados de presidio? ¿Los hay en Vaugirard? No, señora, en el departamento del Sena no hay ninguno. ¿Los hay en Saint-Germain? No. ¿En Compiègne? No. ¿En Corbeil? . ¿Cuántos? ¿Usted espera cogerme en falta? Con eso cuento. Pues bien, hay cuatro. ¿Sus nombres? ¡Vamos, César! Rabichon, Lebrasseur, Chassepie y Mantoux. ¡Toma!

Mateo Mantoux, con razón llamado Poca Suerte, no podía saber que el veneno mata de una vez a las gentes, o no les hace nada. Creía que aquellos miligramos de ácido arsenioso ingeridos diariamente se unían en el cuerpo hasta formar gramos; y es que no contaba con el trabajo infatigable de la naturaleza que repara incesantemente todos los desórdenes interiores.

Mantoux se volvió hacia la chimenea, se apoderó maquinalmente del puñal corso de la señora Chermidy, probó la punta sobre uno de sus dedos e hizo doblar la hoja sobre el mármol. La señora Chermidy no le miraba; esperaba el resultado de su decisión.

La señora Chermidy y su inseparable le Tas desembarcaron el 24 por la noche en la ciudad de Corfú. La viuda del comandante había hecho las maletas a toda prisa. Apenas si tomó el tiempo preciso para reunir cien mil francos para el salario de Mantoux y gastos imprevistos.

Los dos cómplices entraron en la habitación, y lo primero que hirió la vista de Mantoux fue el puñal de que le había hablado el duque. ¡Y bien! exclamó la viuda ; ¿el señor de Villanera se ha acostado? , señora. ¡Infame! ¿Qué han dicho mientras comían? No han hablado de la señora. ¿Ni una palabra? No; pero después de comer, el señor duque me ha preguntado la dirección de la señora.

Palabra del Dia

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