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Actualizado: 3 de junio de 2025


En aquella casa el recuento de la moneda era un culto. Desde niño se había acostumbrado don Fermín a la seriedad religiosa con que se trataban los asuntos de dinero, y al respeto supersticioso con que se manejaba el oro y la plata.

Creemos que fue montero, porque siempre acompañaba al marqués de Aransis en sus excursiones venatorias. Lo cierto es que en una de estas tuvo Alonso la desgracia de perder una pierna, de lo que le vino aquel destino sedentario. Era natural del Toboso, y algo pariente de los Miquis. Manejaba los capitalitos de algunos manchegos que querían colocar su dinero en fondos públicos.

¡Y tan seria, condesa! ¡Como que me ha costado ya quince millones de pesetas! ¿Le parecen a usted poco serios estos millones? Las señoras le contemplaron con admiración, fascinadas por el caudal enorme que aquel hombre manejaba. ¿Pero a esos millones no piensa usted sacarles un rédito? dijo Lola que presumía de entender algo de negocios. El duque volvió a soltar otra carcajada.

Manejaba el hermoso corcel con gracia soberana y vestía rica túnica de seda blanca bordada de pequeñas flores de lis de oro, flotante de sus hombros luengo manto de púrpura.

Nunca se había visto enfrente del Provisor, a quien temía por los rayos que manejaba, pero nada más hasta el punto que un gigantón salvaje puede temer a quien puede aplastar, en último caso, de una puñada. Notó don Fermín que Contracayes estaba más aturdido que atemorizado. Saludó el cura con un gruñido, y el Provisor no contestó siquiera.

Pero se indemnizaban después con una buena partida de cricket, en la que Tragomer manejaba el mazo con un vigor que había contribuído no poco á conquistarle el favor de los hermanos de Maud.

Al anochecer, sus pasos le llevaron hacia el bar, con un impulso irresistible que se burlaba de todos los consejos de la prudencia. La puerta de cristales se resistió á su mano nerviosa, tal vez porque manejaba el picaporte con demasiada fuerza, y el capitán acabó por abrirla dando una patada en su parte baja, que era de madera.

Montaba ella un animal muy ligero y lo manejaba de modo que decuplaba su velocidad. Apenas sentada, levantado todo el cuerpo para disminuir aún más el peso, sin un grito, sin un gesto, corría locamente como llevada por un pájaro. A mi vez hacía yo galopar a mi caballo a todo escape, inmóvil, secos los labios con la fijeza maquinal de un jockey en una carrera a fondo.

Las carretas de transportar tierra y cal eran más bastas y las movía un forzudo percherón, cuyos jaeces adornaban flecos de lana roja. Al ir de vacío rodaban con cierta dejadez, y al volver cargados, el conductor manejaba la fusta, el caballo trotaba animosamente y repiqueteaban las campanillas de la frontalera.

Manejaba bien la espada y la pistola, y don Paco no sabía de esgrima y jamás había tomado una pistola en la mano; pero bien podía don Paco, como lugareño que era y nada acostumbrado a perfiles y a ceremonias, perder un día la cabeza y rompérsela a él, porque tenía la mano pesada y manejaba bien el garrote, de lo cual, aunque pacífico, había dado ya diversas pruebas, además de la que salió tan cara a Antoñuelo.

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