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Actualizado: 19 de mayo de 2025


Doña Victorina, toda contenta y entusiasmada, se deshizo entonces en ponderar los méritos de Pelaez, é iba ya á hacer de Isagani confidente de sus nuevos amores, cuando la amiga de Paulita vino corriendo á decir que el abanico de esta se había caido entre las piedras que había en la playa, junto al Malecon.

Apenas se advertía la espesa red de su jarcia. Los cascos aparecían como una masa negra informe. Los recién llegados no vieron un grupo mucho mayor de gente que se apiñaba en la punta misma del malecón hasta que dieron sobre él. Todos guardaban silencio con los ojos puestos en el mar, esforzándose por advertir entre las tinieblas las maniobras del buque.

Por todo el malecon del formidable dique de defensa, en una extension como de un kilómetro, hormiguea un enjambre de paseantes, de curiosos de todas las naciones, entretenidos con los encantos del espectáculo ó los goces de la conversacion.

Su configuracion, determinada por el inmenso arco de sus murallas, cuya cuerda es la línea del Rin; la mole estupenda de su catedral; las puntas sobresalientes de las torres de sus 28 iglesias; el singular aspecto de su largo malecon y sus muelles, dominados por edificios modernos de grandes proporciones y separados de las calles por una muralla irregular; su hermoso puente del ferrocarril, y el de barcas, que mide 469 metros de longitud y comunica la ciudad con su arrabal de Deutz, fortificado; el gran movimiento de vapores y botes de vela y remo, y de carros y mercancías, que reina en el rio y los malecones; en fin, la belleza de la fértil llanura que rodea la ciudad: todo eso le da á Colonia un aire que interesa y predispone favorablemente el ánimo del viajero.

En la otra margen del Garona, el barrio de Chartrong tiene encubierto su fondo irregular de fábricas, almacenes, canteras y cuanto constituye siempre un arrabal, por la mas hermosa y vasta fachada que puede darse. Tal es la fila inmensa de más de trescientas casas elegantes que parecen palacios, orillando todo el malecón del muelle de la una á la otra extremidad de la ciudad.

Estos eran mis ensueños hallándome en el pequeño malecón de Etretat durante el sombrío verano de 1860, mientras la lluvia caía á torrentes y chirriaba el duro cabrestante, y la cuerda gemía y subía lentamente la nave. La del siglo también se arrastra y sube con pena. Hay lentitud, cansancio, como en 1730. Bueno fuera empujarla y empuñar el barrote.

En dos horas había hecho lo que antes costaba varias semanas. El malecón crecía por momentos. Todos alababan el acuerdo del Senado. Pero el profesor sintió deseos de llorar al ver á su amado en esta situación envilecedora. Sobre su cabeza flotaban continuamente unas cuantas máquinas aéreas llevando colgantes sus cables, flácidos y muertos en apariencia.

Artegui torció a la derecha, siguiendo el malecón, mientras explicaba a Lucía esas nociones elementales astronómicas, que parecen novela celeste, cuento fantástico escrito con letras de lumbre sobre hojas de zafiro. La niña, embelesada, miraba tan pronto a su acompañante, como al firmamento apacible. Sobre todo, la magnitud y cantidad de los astros la confundía. ¡Qué grande es el cielo!

Más allá estaban los cascos de los buques, sustentando un bosque de palos y chimeneas, y en último término la muralla amarilla del malecón exterior y el cielo recién lavado por la lluvia, con un rebaño de nubecillas blancas y plácidas como sedosos carneros.

Estas masas enormes las movía con tanta soltura como un niño maneja un guijarro. Después de tomarlas en la orilla con las puntas de sus dedos, avanzaba mar adentro, yendo á colocarlas en el extremo de un malecón que se estaba construyendo para el resguardo del puerto hacía muchos años.

Palabra del Dia

commiserit

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