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Actualizado: 29 de junio de 2025
En tal coyuntura, el poderoso D. Pedro Maldonado y Pimentel, creyendo que los victoriosos amotinados no podían hacer nada bueno en Salamanca, y sí se lucirían muchísimo yendo en auxilio de los Comuneros, formó con ellos una crecida hueste, y los llevó á luchar contra los imperiales.
11 La silla de San Pedro, de D. Antonio Martínez. 12 La más constante mujer, burlesca, de Juan Maldonado, Diego La Dueña y Jerónimo de Cifuentes. 1 La dama corregidor, de D. Sebastián Villaviciosa y D. Juan de Zavaleta. 2 La Estrella de Monserrate, de D. Cristóbal de Morales. 3 Amor y obligación, de D. Agustín Moreto. 4 Vengado antes que ofendido, de D. Jerónimo de Cifuentes.
#Desde el «Club de los Salvajes» a casa de Calderón.# Pintorescamente diseminados por los divanes y butacas de la gran sala de conversación del Club de los Salvajes, yacen a las dos de la tarde hasta una docena de sus miembros más asiduos. Forman grupo en un rincón el general Patiño, Pepe Castro, Cobo Ramírez, Ramoncito Maldonado y otros dos socios a quienes no tenemos el gusto de conocer.
Sábado 2, á las 6 de la mañana, en frente de Maldonado, descubrieron á sotavento la embarcacion del dia antecedente aterrada, y se reconoció llevaba vela latina, y á medio dia echaron un gallardete español en el palo mayor, para llamar la embarcacion, que conocieron ser tartana.
Por cierto, y perdonadme la digresión, que Francisco Maldonado, el célebre comunero, el compañero de Bravo y de Padilla, el degollado del gran cuadro de Gisbert, no pertenecía á la rama principal de la familia mencionada, de la cual era jefe, aunque tampoco dueño de la Casa de las Conchas, un D. Pedro Maldonado y Pimentel, también afecto á la causa de las Comunidades, del cual me parece oportuno decir aquí algunas cosas, de todos sabidas, por si hay alguien que las tenga olvidadas, cosa que á mí me acontecía no hace muchas horas.....
Era don Fernando marido de doña Luisa Maldonado, señora formal y grave, pero sin duda, su demasiada gravedad y rigor debieron aburrir al marido, caso que no es raro, y puso los ojos en una hermosa y alegre sevillana llamada doña Dorotea Sandoval, unida en el dulce lazo del matrimonio con un sujeto cuyo nombre calla la historia, y por cierto que es gran lástima.
Hasta que, mecida por aquella plática suave, insinuante, la cándida niña quedó dulcemente dormida con la cabeza reclinada en el almohadón. Ramoncito Maldonado velaba. Velaba y meditaba en su suerte feliz.
Había entrado poco después que el padre un joven gordo, muy gordo, rubio, con patillitas que le llegaban poco más abajo de la oreja, mucha carne en los ojos y fresco y sonrosado color en las mejillas. La ropa le estallaba. Su voz era levemente ronca y la emitía con fatiga. Al entrar nublóse la descolorida faz de Ramoncito Maldonado.
De las que tomaron el largo, las de Scipión Doria, de Antonio Maldonado y tres de Florencia, escaparon por pies, defendiéndose; Flaminio de Anguillara, General de las del Papa, resistió peleando bizarramente con tres enemigas; D. Sancho de Leyva reunió cuatro de su escuadra, con las que hizo inútil, pero honrosa resistencia.
Los salmantinos lidiaron en diferentes jornadas con varia fortuna, que se les declaró al fin totalmente adversa en los campos de Villalar. Al lado de Maldonado Pimentel, ó mejor dicho, en las filas de su gente, peleó allí como bueno otro Maldonado, algo pariente suyo y también hijo de Salamanca, y ambos cayeron prisioneros después de su derrota.
Palabra del Dia
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