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Actualizado: 23 de junio de 2025
Doña Franquista, creyendo que su mal humor era rabia por habérsele frustrado la aventura que ella evitó, le oía refunfuñar y maldecir sin hacerle pizca de caso, hasta que irritado con aquella ofensiva indiferencia y envalentonado por su senil amor, llegó a convertirse en tiranuelo del hogar donde dos años antes tenía idéntica autoridad que el gato.
Pero le restaba otra cosa que maldecir: su locura y sus vicios personales, que ahora le parecían insensatos y tan inexplicables como lo son casi todas nuestras locuras y nuestros vicios, cuando la causa que los ha provocado ha desaparecido desde hace largo tiempo.
Jefes y soldados íbamos con gran dolor de corazón a cantar nuestra canción de las habichuelas a la pequeña garita del señor cura. Después de maldecir de la alimentación leguminosa y de la alimentación patatosa, habló del resto del viaje.
Consiste uno en murmurar y maldecir de todas las mujeres mientras habla con la que codicia, y estriba el otro en ser o parecer tan discreto y callado, que la que peca con él le queda doblemente sujeta con el encanto del amor y la magia del misterio. En las rupturas es donde mejor demuestra su habilidad.
Al leer ese relato, que parece una página arrancada al Infierno, de Dante, la mano busca inconsciente el puño de un revólver. ¡Oh! es ahí donde Schopenhauer habría podido maldecir la voluntad persistente y obstinada de vivir, que amarra al hombre a tales miserias.
69 Y la criada viéndole otra vez, comenzó a decir a los que estaban allí: Este es de ellos. 70 Mas él negó otra vez. 71 Y él comenzó a maldecir y a jurar: No conozco a este hombre de quien habláis. 72 Y el gallo cantó la segunda vez; y Pedro se acordó de las palabras que Jesús le había dicho: Antes que el gallo cante dos veces, me negarás tres veces. Y pensando en esto, lloraba.
De lejos y al caer de la tarde distinguíamos la columna de humo cubriendo el cielo de vagabundas y sombrías ráfagas, y el aragonés y yo no pudimos menos de maldecir en voz alta y expresivamente al tirano invasor de España. Contra lo que esperábamos, Santorcaz no nos contestó una palabra, y seguía su camino profundamente pensativo.
Andareis errante y lleno de entusiasmo por aquel bosque de columnas, os turbareis ante la espléndida magnificencia del santuario, dejareis el mihrab como un creyente del Profeta; y vos, sectario de la doctrina de Jesucristo, llegareis á maldecir al que se atrevió á derribar sus techos y á interrumpir la armonía de sus naves para levantar en ellas altares á vuestro Dios, altares á los que por él arrostraron el martirio.
»Veamos lo que contiene me dijo; léemela. »Fácilmente se imaginarán ustedes cuál sería mi situación... No encontré otra excusa que darle, sino que era demasiado larga. »Eso no importa; te doy de plazo hasta la tarde. »La dificultad no estaba en el tiempo. Subí a mi aposento, y pasé algunas horas en llorar y maldecir al margrave.
No sabía lo que significaba este latín, ni a dónde iba a parar, ni de quién era, pero lo usaba siempre que se trataba de debilidades posibles. Los socios rieron a carcajadas. «¡Hasta en latín sabe maldecir el pillastre!», pensó el padre, más satisfecho cada vez de los sacrificios que le costaba aquel enemigo.
Palabra del Dia
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