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Actualizado: 19 de julio de 2025
Allí también había permanecido muchos días envuelto en trapos, en un ambiente denso cargado de olor de yodoformo y humo de cigarros a consecuencia de dos cogidas; pero este mal recuerdo no le impresionaba. En sus supersticiones de meridional sometido a continuos peligros, pensaba que este hotel era «de buena sombra» y nada malo le ocurriría en él.
Nunca he estado mejor dijo Rubín, sintiendo que la timidez le ganaba otra vez. No hagamos simplezas... Hace un frío horrible. ¡Qué año tan malo! ¿Creerás que anoche no pude entrar en calor hasta la madrugada? Y eso que me eché encima cuatro mantas. ¡Qué atrocidad! Como que estamos entre las Cátedras de Roma y Antioquía, que es, según decía mi Jáuregui, el peor tiempo de Madrid. v
Pero la verdadera apoteosis de Federica y la defensa de Goethe las hizo ella misma, cuando rehusó la mano de Reinhold Lenz, diciendo que «La que había sido amada por Goethe no podía pertenecer a otro hombre»; y cuando, más tarde, estando ya Goethe en la cumbre de su gloria, decía ella a los que la compadecían: «Era muy grande para mí, estaba llamado a muy altos destinos: yo no tenía derecho a apoderarme de su existencia.» Palabras de santa resignación y de amor a toda prueba, que ennoblecen a Federica, pero que dan a la vez claro testimonio de que Goethe no fue tan malo; no destrozó duramente aquel corazón, donde dejó tan sublime concepto de sí propio y tan dulce recuerdo.
Por eso yo, que soy revolucionario en todo, no me avergüenzo de decir que me gustan los toros... El hombre necesita el picante de la maldad para alegrar la monotonía de su existencia. También es malo el alcohol y sabemos que nos hace daño, pero casi todos lo bebemos. Un poco de salvajismo de vez en cuando da nuevas energías para continuar la existencia.
La luz de la mañana se desleía ya en el agua turbia de la lluvia. Novillo, antes que Apolonio despertase, retrajo a su lugar correspondiente las apócrifas excrecencias capilares y óseas. Un escalofrío se le difundió entre cuero y carne: «Malo pensó ; he cogido un resfriado. Tanto como me afectan....» Estornudó, y al ruido del estornudo Apolonio abrió los ojos.
Al proferir estas palabras se le había ido anudando la voz en la garganta, hasta que se echó a llorar perdidamente. Me costó mucho trabajo calmarla, pero al fin lo conseguí elogiando su carácter franco y sencillo y su buen corazón, y prometiendo quererla y respetarla siempre. Me hizo jurar una docena de veces que no pensaba nada malo de ella.
Se enamoraba de cuantas corbatas veía, y no pudiendo resistir a la tentación de comprarlas, llegó pronto a poseer una colección asombrosa: después le dio por los gemelos y trasladó a su cómoda toda una tienda de bisutería; después, por las boquillas de espuma de mar. Últimamente se enfrascó en la lectura de novelas: leía bueno y malo, cuanto caía en sus manos.
¡Ah, malo esi Vo cosiesia No quilistiano Uste limoño Salamaje! ¡tusu tusu! etc. ¡Piff, paff! ¡no importa!
Tal vez viviera poniendo precio a su belleza. Esta suposición era la que más daño le hacía. Casada... malo...; pero lo otro, peor mil veces. La sangre se le agolpaba al cerebro.
Por desgracia, los más instruídos y sensatos, que rechazaban tan monstruosos engendros, no tenían la resolución suficiente ni el espíritu poético indispensable para separar lo bueno antiguo de lo malo moderno.
Palabra del Dia
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