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Actualizado: 12 de mayo de 2025


, contestó Makaraig con su sonrisa amarga; ¡resuelto favorablemente! ¡Acabo de verme con el P. Irene! ¿Y qué dice el P. Irene? preguntó Pecson. Lo mismo que don Custodio, ¡y el pillo todavía se atrevió á felicitarme! La comision que ha hecho suyo el dictamen del ponente, aprueba el pensamiento y felicita á los estudiantes por su patriotismo y deseo de aprender... ¿Entonces?

Oía los hermosos proyectos que hacían Makaraig y Sandoval y le sonaban á ecos lejanos; las frases del vals le parecían tristes y lúgubres, todo aquel público, fátuo é imbecil, y varias veces tuvo que hacer esfuerzos para contener las lágrimas.

El rico Makaraig, ante la hecatombe, se guardó muy bien de esponerse y, habiendo conseguido pasaporte á fuerza de dinero, se embarcó corriendo para Europa: decíase que S. E. el Capitan General, en su deseo de hacer el bien por el bien y cuidadoso de la comodidad de los filipinos, dificultaba la marcha á todo aquel que no probase antes materialmente que puede gastar y vivir con holgura en medio de las ciudades europeas.

¡Vengo para juzgar la opereta! había replicado con el tono de un Caton satisfecho de su conciencia. Makaraig pues, cambaba miradas de inteligencia con la Pepay, quien le daba á entender que algo tenía que decirle; y como la bailarina tenía cara alegre, todos auguraban que el éxito estaba asegurado.

Los tenemos, señor; cada estudiante contribuye con un real. Pero ¿y los profesores? Los tenemos; la mitad filipinos y la mitad peninsulares. Y ¿la casa? Makaraig, el rico Makaraig cede una de las suyas. Capitan Basilio tuvo que darse por vencido: aquellos jóvenes tenían todo dispuesto.

Era cierto que los estudiantes habían recobrado su libertad gracias á las instancias de sus parientes, que no perdonaron gastos, regalos ni sacrificio alguno. El primero que se vió libre fué, como era de esperar, Makaraig y el último, Isagani, porque el P. Florentino no llegó á Manila sino una semana despues de los acontecimientos.

Esta tarde me encontré con un amigo, escribiente en una oficina, y hablando del asunto, me ha dado la clave: lo ha sabido por unos empleados... ¿Quién creen ustedes que ha puesto los sacos de pólvora? Muchos se encogieron de hombros; solo Capitan Toringoy miró de soslayo á Isagani. ¿Los frailes? ¿El chino Quiroga? ¿Algun estudiante? ¿Makaraig? Capitan Toringoy tosía y miraba á Isagani.

Y para que se vea que participamos en la direccion de la academia, continuó Makaraig, se nos comete la cobranza de las contribuciones y cuotas, con la obligacion de entregarlas despues al tesorero que designará la corporacion encargada, el cual tesorero nos librará recibos... ¡Cabezas de barangay entonces! observó Tadeo. Sandoval, dijo Pecson, allí está el guante, ¡á recogerlo!

Y despues de todo ¿quién es Victor Hugo? ¿Es comparable acaso con nuestros modernos...? Pero la llegada de Makaraig con aire abatido y una sonrisa amarga en los labios cortó la peroracion del orador. Makaraig tenía en las manos un papel que entregó á Sandoval sin decir una palabra. Sandoval leyó: «Pichona: Tu carta ha llegado tarde; he presentado ya mi dictamen y ha sido aprobado.

Clara, á la sazon que doblaban las campanas de la iglesia; á las nueve Camaroncocido le vió otra vez en los alrededores del teatro hablando con uno que parecía estudiante, franquear la puerta y volver á salir y desaparecer en las sombras de los árboles. ¿Y á mi qué? volvió á decir Camaroncocido; ¿qué saco con prevenir al pueblo? Basilio, como decía Makaraig, tampoco había asistido á la funcion.

Palabra del Dia

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