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Algunos, a la hora en que sus madres, vistiendo zagalejos de roja bayeta, daban de comer a las gallinas en sus corrales de Extremadura y Andalucía, se casaban, lo mismo que los caballeros andantes, con grandes princesas de tez pálida y ojos oblicuos, criaturas de enigma y ensueño que llevaban sobre la frente la borla multicolor de la autoridad y en el pecho áureas placas con sagrados jeroglíficos.

Y doña Luisa, inmóvil en su asiento, siguiendo con la mirada el paso de Chichí entre las tumbas, volvía á, interrumpir su rezo: ¡Señor, por las madres sin hijos... por los pequeños sin padre... por que tu cólera nos olvide y tu sonrisa vuelva á nosotros! El marido, caído en su asiento, miraba también el campo fúnebre.

Yo lo pongo todo: mi sabiduría, mis libros y miraba las tres cartillas que iba recogiendo su mujer cuidadosamente para guardarlas en la vieja cómoda , y ustedes no traen nada. Lo dicho: el que mañana llegue con las manos vacías no pasará de esa puerta. Aviso á las señoras madres.

Las buenas madres, que sabían el trabajo de conservar a las criaturas sanas y lindas; las madres indolentes, que conocían el fastidio de ser molestadas, cuando se cruzaban los brazos o se rascaban los codos por las predisposiciones de los chicos, que sólo empiezan a mantenerse firmes en las piernas, se tomaban el mismo interés que hacer conjeturas.

O de que se pierda, ¿no es verdad? añadió aquí la marquesa, con un vigor de acento y de mirada que sorprendieron a la Esfinge misma. ¿Cuántos tiene usted? la preguntó ésta. También uno solo... Una hija. Pues no eche usted en olvido continuó la mujer sombría que el honor de las hijas depende del buen ejemplo de las madres.

Dios no da privilegios para lo absurdo y lo ridículo. Dios no te ha dado la alteza, la soberana alteza de ser madre para que le pagues con la ruindad de hacer infeliz á tu hija. Suplico á las hijas que se hagan cargo que no hablo con ellas; figúrense que no han leido nada; fórmense la ilusion de que estas páginas están en blanco. No hablo con las hijas, sino con las madres.

Luego, al menor claro en la masa de tropas, volvían á deslizarse por la superficie blanca é igual de la carretera. Eran madres que empujaban carretones con pirámides de muebles y chiquillos; enfermos que casi se arrastraban; octogenarios llevados en hombros por sus nietos; abuelos que sostenían niños en sus brazos; ancianas con pequeños agarrados á sus faldas como una nidada silenciosa.

Al día siguiente, las madres de los novios hacían platos con los dulces esparcidos en la cama y los enviaban a las solteras del barrio con una flor de la corona.

»Gozo fama de ser médico muy entendido; hay en París centenares de personas que a mi saber y a mis desvelos deben su vida; yo, que he devuelto tantas esposas a sus maridos, tantas madres a sus hijos, tantos hijos a sus padres, tengo en estos momentos a mi hija moribunda, y no soy dueño de decir: ¡La salvaré!

Las madres jóvenes se arrellanaban en sus asientos y abrían el ángulo de las abultadas piernas, como para ofrecer mayor espacio al guerrero escondrijo. Unas a otras se miraban las mujeres con belicosa resolución. «¡Que viniesen aquellas malas almas!... Se dejarían hacer pedazos antes que moverse de su sitioFebrer vio brillar algo en un camino que conducía a la iglesia.