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Actualizado: 25 de noviembre de 2025
Unas se dedicaban al cuidado de los niños abandonados, como otras tantas madres dadas por la Providencia, otras vendaban las heridas de los guerreros, como las princesas de los siglos heroicos y las castellanas medioevales.
Ensalcemos la bondad de Dios con cánticos de alabanza que resuenen sin cesar sobre la tierra. ¡Que todas las madres enseñen a sus hijos himnos de gloria y de ventura que ensalcen y glorifiquen la paz y la armonía!
Ora por todos cuantos murieron sin ventura, Por cuantos padecieron tormentos sin igual, Por nuestras pobres madres que gimen su amargura; Por huérfanos y viudas, por presos en tortura Y ora por tí que veas tu redencion final.
Muchas veces el impulso era demasiado rudo; chocaban las cabezas de los niños con sordo ruido, aplastábanse las tiernas narices contra los pliegues del metálico hábito, pero el fervor de la muchedumbre parecía contagiar a los pequeños; eran los futuros adoradores del fraile moro, y rascándose los chichones con las tiernas manecitas, se tragaban las lágrimas y volvían a adherirse a las faldas de sus madres.
El buque pasaba entre ella y la costa lejana. ¡Los lobos! ¡los lobos! gritaron de un extremo a otro del paseo. Y corrían los niños, sintiendo la emoción de los cuentos maravillosos que infunden pavor, y tras ellos las criadas, las madres, todas las mujeres, con una curiosidad igual a la de los pequeños.
Pero con las amiguitas que ahora iban a acompañarla por las noches, no tomaba ninguna precaución. «Madres tienen», decía, o «con su pan se lo coman». Y añadía siempre lo de: «Mientras no falten a lo que se debe a esta casa...». Uno de los que más partido habían sacado de estas ideas de la Marquesa y de su tertulia era Mesía.
Podrá para Norte-América pasar desapercibida las desgracias que ella nos acarrea; pero lo que no consentirá indudablemente el pueblo norte-americano, és que continúen sacrificándose sus hijos, llorando madres, viudas é hijas, por el sólo capricho de sostener una guerra contraria á sus honrosas tradiciones proclamadas por Washington y Jefferson.
La alimentación de Obdulia llegó a ser el problema capital de la casa, y entre las desganas y los caprichos famélicos de la niña, las madres perdían su tiempo, y la paciencia que Dios les había concedido al por mayor. Un día le daban, a costa de grandes sacrificios, manjares ricos y substanciosos, y la niña los tiraba por la ventana; otro, se hartaba de bazofias que le producían horroroso flato.
No faltan mujeres que burlen a sus madres y a sus maridos; pero estamos ciertos de que, de cada ciento, apenas habrá una que no deseche el recurso del narcótico.
Quedaba también un bolsón bien repleto y que nunca se desocupaba, aunque se hacía mucho uso de él, a disposición exclusiva de la Esfinge, para sus obras de caridad, que eran muchas y muy ignoradas; pero yo sé que la merecían especiales preferencias las madres sin amparo y los hambrientos de levita, que son los dos aspectos más horribles de la miseria de las ciudades; y también me consta que ninguna dádiva estimaba en tanto la señora de don Santiago como la de un par de medias de las que ella hacía. ¡Cómo las ponderaba y se las encarecía al pobre a quien se las regalaba!, ¡ella, que sacaba del bolsón la mano llena y cerrada, para ignorar lo que valía la limosna!
Palabra del Dia
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