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Esos señores se quejan con una notable unanimidad del espíritu de independencia, de la coquetería y del ardor por los sports que distinguen a las muchachas... Y el piano, el pobre piano, qué tempestades levanta... Y hay madres que creen que la música es una preciosa añadidura al dote de sus hijas dijo Genoveva con una risa que nos puso de buen humor.

Voy a dar orden de que le sirvan un vaso de agua. Estas palabras fueron acogidas con un murmullo de aprobación. No estoy fatigado, señor presidente respondió suavemente el orador. Dejarle descansar. Que se le traiga un vaso de agua. Los espectadores, acometidos súbito de una ardiente simpatía, se convertían en madres cariñosas para el hijo del Perinolo.

Larga era la distancia a que de mi iba a ponerse, y o renunciaba el honorífico y encumbrado oficio que se le había dado, o descuidada me dejaba, estando entre ambos los mares. Había yo cumplido ya mis diez y ocho años, y enseñádome habían las buenas madres todo lo que enseñarme podían. Mis dos ancianas tías habían muerto la una tras la otra.

Lo que todas las buenas madres desean para sus hijos, sobre todo cuando sus hijos han hecho locuras... un rico casamiento o una buena amistad. En Longueval encuentro las dos combinaciones, y aprovecharé una u otra. Dentro de diez días me harás el gusto de prevenirme, de hacerme saber cuál de las dos me abandonas: madama Scott o miss Percival. ¡Estás loco! No pienso ni pensaré nunca...

Las madres se sonreían unas a otras sin conocerse arrastradas por las afinidades de sus hijas con una complicidad de compañeras de profesión, y acababan igualmente formando grupos, para hablar de los dolores y satisfacciones que proporciona la familia, de las brillantes cualidades de sus retoños, de los desengaños e ingratitudes que tal vez les reservaba el porvenir a las pobrecitas... como si las compadeciesen y envidiasen al mismo tiempo.

Con lo cual, poco á poco cesó en el pueblo aquel falso temor, y las madres á porfía daban sus hijos para que fuesen lavados en las santas y saludables aguas del bautismo.

Los religiosos, aturdidos por la argumentación atropellada del Nacional y las risas de los otros toreros, acababan por apelar a un recurso extremo. ¿Y hombres que exponían su existencia frecuentemente no pensaban en Dios y creían tales cosas? ¡Cómo estarían rezando a aquellas horas sus esposas y madres!...

En sus casas se tratan con mucha indecencia y desaseo; regularmente andan desnudos los padres y las madres delante de los hijos e hijas, aun siendo adultos, y éstos lo mismo delante de sus padres; y no tan solamente los de una propia familia, sino también los de otras que viven dentro de una sola habitación, pues son inclinados a vivir muchos juntos.

Razón tendría mamá de reñirme si me sorprendiese hablando por teléfono con usted: con un hombre a quien ella no conoce. ¡Qué desenvoltura! ¡Qué modo de sacar los pies del plato! ¿Es esta la educación que en el convento te han dado aquellas benditas madres? exclamaría mamá.

Es la única ciudad del mundo en que he visto esa vigilante tutela de la autoridad sobre los débiles y los enfermos. ¿Quién no recuerda las angustias de las madres, teniendo a sus hijos convulsivamente de la mano y tratando de salvar estos torrentes de Oxford-Street, de la City, de los bulevares, de la plaza de la Opera o de la avenida de los Campos Elíseos?