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Actualizado: 28 de junio de 2025


¡Amén! exclamó la lugareña sin poder contenerse; mientras Obdulia felicitaba a Bermúdez con un apretón de manos, en la sombra. El coro había terminado: los venerables canónigos dejaban cumplido por aquel día su deber de alabar al Señor entre bostezo y bostezo.

, señor; lo mismo la hija del Marqués ó del Conde, que la del médico ó el abogado y la del artesano ó el campesino, así la doctora en amor de la metrópoli, como la tétrica de la ciudad sedentaria, y la díscola lugareña, todas hablan con el novio por el balcón, por la reja baja, por el tejado, por las rendijas de la puerta, por la tapia del huerto á la luz del sol, á la de la luna, á la de los faroles y á ninguna luz: ¡á la faz de los transeuntes, cuando los padres son gustosos, y de media noche para abajo, entre la una de la madrugada y el amanecer, cuando se opone la familia!

Amiga de reír y burlar, embroma a los hombres y les suelta mil pullas afiladas y punzantes, pero jamás se encarniza. ¿Qué otra cosa he de añadir? Una cordobesa es avara y otra pródiga, pero todas son generosas y caritativas. No lo digo fantaseando: he conocido lugareña cordobesa que tenía y leía estos y otros libros por el estilo. Otras leen novelas modernas de las peores. Otras no leen nada.

Más tarde, cuando llegó a los oídos de ella que al Conde le retenían en Madrid nuevos amores, Elisa se sintió un tanto cuanto contrariada; pero no bien averiguó que los nuevos amores no eran con ninguna gran señora, con ninguna dama encopetada y célebre, sino con una lugareña, mujer de un escribiente o cosa por el estilo, le entró una terrible gana de reír y de burlarse del Condesito, y olvidó sus brillantes victorias pasadas, considerándole como un infeliz parapoco, que se refugiaba entre las cursis, o por no lograr nada en esferas superiores, o por tener ánimo abatido, o gusto estragado, ruin y plebeyo.

En realidad, era un fruto prematuramente caído del árbol, una doncella núbil antes de tiempo; a los trece, cuando tocaba habaneras, tenía ya las coqueterías, los celos, los caprichos de la mujer, y ahora aquella flor rápida y precoz se había deshojado, y en vez de la lozanía seductora de la juventud, notábase en Josefina la tiesura y empaque de una señora formal y los remilgos de una lugareña.

Doña Inés López de Roldan distaba mucho de ser una lugareña vulgar y adocenada. Era, por el contrario, distinguidísima; y en su tanto de méritos mirados, o sea guardando la debida proporción, pudiéramos calificarla de una princesa de Lieveo o de una madame Récamíer aldeana. Su vida no pasaba ociosa, sino empleada en obras casi siempre buenas y en fructuosos afanes.

Si la mujer que con sus coqueterías, no por cierto muy desenvueltas, casi sin hablar a Vd. palabra, a los pocos días de verle y tratarle, ha conseguido provocar a Vd., moverle a que la mire con miradas que auguraban amor profano, y hasta ha logrado que le Vd. una muestra de cariño, que es una falta, un pecado en cualquiera y más en un sacerdote; si esta mujer, es, como lo es en realidad, una lugareña ordinaria, sin instrucción, sin talento y sin elegancia, ¿qué no se debe temer de Vd. cuando trate y vea y visite en las grandes ciudades a otras mujeres mil veces más peligrosas?

En suma: todo el argumento de El buen paño, expuesto en cifra, es que un señorito, rico, guapo y el más galán de un lugar cercano a Sevilla, desdeña a sus primas y a no pocas otras muchachas y se casa con la modesta huerfanita de un médico, la cual vive con su madre, se gana la vida como costurera o modista lugareña, y es un tesoro de gracias, habilidades y virtudes.

Esa, fue a la catedral con Obdulia, las acompañó el arqueólogo, y en la capilla de las reliquias, en los sótanos, en la bóveda, en todas partes creo que se daban unos... apretones.... La Infanzón se lo contó a mamá que se moría de risa; la lugareña estaba furiosa.... Hoy mi madre, para divertirse ya sabes lo que a la pobre le gustan estas cosas quería ver a Obdulia y a don Saturno juntos, en casa, a ver qué cara ponían, aludiendo mamá a lo de ayer.

Todo esto, y mucho más que antes pasaba lentamente y como una ilusión por su fantasía, vió en un momento, palpable y como ya realizado, ante sus ojos. ¡Menudo sofocón iban a pasar las señoras provincianas que habían hecho mofa de sus resabios de lugareña! Pues ¿y cuando La Correspondencia anunciara sus idas y venidas? ¿Y cuando La

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