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Actualizado: 31 de mayo de 2025
Doña Inés López de Roldan distaba mucho de ser una lugareña vulgar y adocenada. Era, por el contrario, distinguidísima; y en su tanto de méritos mirados, o sea guardando la debida proporción, pudiéramos calificarla de una princesa de Lieveo o de una madame Récamíer aldeana. Su vida no pasaba ociosa, sino empleada en obras casi siempre buenas y en fructuosos afanes.
Y como esta alma no ha de ser vulgar, adocenada ó vacia, sino que ha de estar rica de ideas, de doctrinas y de sentimientos elevados, y han de encerrarse en ella los obscuros enigmas que piden explicación y los temerosos y hondos problemas que se presentan á la humanidad para que los resuelva; todo esto, que está contenido en el alma del autor ó del poeta, aparecerá también y se reflejará en su obra, donde él pone toda su alma.
Atraída donna Olimpia por la trascendente fama del esplendor y de la riqueza de esta capital, ha venido a ella, hará dos semanas, en compañía de su amiga y en cierto modo discípula, la de Cádiz, a quien ha dado el nombre que ya te he dicho de Teletusa. Porque es de saber, que la tal donna Olimpia, lejos de ser una hembra adocenada, tiene portentoso ingenio y despunta por su mucha doctrina.
Como se ve, no era doña Inés mujer adocenada, sino persona memorable, o dígase digna de la historia, por lo cual me complazco yo en ponerla en la mía. Doña Inés, y perdone el pío lector si me repito, a pesar de sus ocho vástagos, estaba aún muy guapa; en lo mejor de su edad, bien cuidada, alimentada y vestida.
No creía en los sastres de Vetusta y ni unas trabillas compraba en su tierra. Nadie era sastre en su patria. En verano prefería los sombreros blancos, los chalecos claros y las corbatas alegres. La esencia del vestir bien estaba en la pulcritud y la corrección, y el peligro en la exageración adocenada.
Palabra del Dia
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