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Así iban lentamente los sucesos, cuando una mañana, en que Doña Antonia había tenido una de sus jaquecas y no se hallaba con gana de salir, Lucía fué á paseo sola con el Comendador. Ambos llegaron á la fuente ó nacimiento del río que ya conocemos.

Yo creo que Pedro Real llamaría la atención en todas partes. Has visto cómo desde que te conoce no se ocupa de nadie Pedro Real»; pero pronto acabó de hablar de esto Lucía. Quién estaba en el teatro, no le importaba mucho saberlo: Juan no había estado; pero ¿a la salida quién estaba? ¿no recuerdas quién estaba a la salida? ¿Estaba...? y no acababa de preguntar quién había estado.

Jamás he tenido la tentación de destruir mi obra; de hacer que Lucía baje hasta desde la altura en que la he puesto. Pero, a veces me pregunto: ¿no fue delirio ponerla en esa altura? A este propósito recordaba yo ciertas palabras de una dama andaluza que conocí un verano en Biarritz cuando Lucía no contaba aún sino ocho años de edad. Tenía esta dama una hija de la misma edad que Lucía.

Nunca había tenido ocasión de acercarse a ella, y aunque la hubiera tenido, tal vez no la aprovechara, porque temía ser despreciado; con la máscara puesta, ya era otra cosa; no estaba embarazado por el miedo; se sentía con fuerzas bastantes para decirle en voz alta: Te adoro, Lucía, te adoro... te adoro... te adoro...

Claro está que afirmó Lucía . Y si usted quisiera ser franco, si usted se decidiese a... confiarme lo que así le aflige, vería cómo en un santiamén le disipaba yo esa sombra que tiene en la cara.

Cada vez que el cuerpo de Lucía entraba en la zona luminosa, despedían áureo destello los botones de cincelado metal, encendiéndose sobre el paño marrón del levitín, y se entreveía, a trechos de la revuelta falda, orlada de menudo volante a pliegues, algo del encaje de las enaguas, y el primoroso zapato de bronceada piel, con curvo tacón.

, señor... contestó Lucía, atribulada ya . Pues claro está que venía... venía don Aurelio Miranda, mi marido... y al decirlo, sonriose involuntariamente, de lo nueva y peregrina que se le figuraba tal expresión en su boca. Muy niña parece para casada pensó el viajero; pero recordando el anillo que había visto lucir en el meñique, añadió en alta voz: ¿De dónde venían ustedes? De León.

Inocente es usted de lo que la imputa el señor don Aurelio, y, sin embargo, su atroz sospecha... tiene, tiene apariencias de fundamento... porque usted misma se las ha dado, yendo hoy a casa de ese hombre.... La castiga a usted Dios en lo que más quiere; en ese angelito que no vino aún al mundo.... Lucía sollozó amargamente.

Y al proferir tales palabras, caían otra vez algunas lágrimas de sus ojos; Miguel protestó contra esta suposición; sostuvo el idealismo de su amor, cubriéndola de vivos y apasionados besos. Lucía se dejaba acariciar con resignación.

Desde largo tiempo, en previsión de desastres inminentes, yo había recibido la orden y el poder para vender á cualquier precio la plantación que administraba desde la muerte de mi padre. En la noche del 14 de noviembre de 1793, montaba solo en un pequeño bote en la punta de Morne au Sable y abandonaba furtivamente á Santa Lucía, ocupada ya por el enemigo.