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Me encuentro... muy bien... ahora dijo a María llevando la mano de ésta a los labios . En cuanto sane..., iremos las dos... a Lourdes..., ¿no es... verdad?... Es muy... bonito... aquello..., muy bonito..., muy bonito... ¡Si supieras... lo que estoy... viendo ahora!... La Virgen... la Virgen que viene... rodeada de estrellas... Ponedme... el vestido de terciopelo... para recibirla... Vamos..., pronto, pronto... ¿No veis que ya entra... por la puerta?... ¡Ay qué pesados!... Buenos días, señora... Tengo una hija que se... parece mucho a vos... Tiene el pelo rubio y los ojos azules..., ¡muy hermosos!..., ¡muy hermosos!

Por , no, mamá; puedes estar segura. Con tal que él no extreme las cosas y pretenda que nos demos duchas de agua de Lourdes. ¡Te advierto que a no me ha dicho nada! He ido a misa porque, estando aquí él, me parecía feo... Esta disculpa no exigida, ni siquiera rogada, fue para Pepe un rayo de luz: ya no le cupo duda de que las idas a la iglesia eran obra del otro.

Tirso había comprado una cromo-litografía de la Virgen de Lourdes con marco de moldura dorada, colocándola encima del retrato de Espartero. Esto dijo Pepe sería sencillamente ridículo si anduviésemos sobrados de dinero: teniendo tan poco, me parece falta de juicio; pero allá él.

Tampoco estaba en Lourdes. Nunca la encontraría en esta Francia agrandada desmesuradamente por la guerra, que había convertido cada población en un hospital. Por la tarde, sus averiguaciones no obtuvieron mejor éxito. Los empleados escucharon sus preguntas con aire distraído: podía volver luego. Estaban preocupados por el anuncio de un nuevo tren sanitario.

Crecía la devoción al culto, sobre todo al de los Sagrados Corazones de Jesús y de María, y mucha gente piadosa iba en peregrinación al santuario de Lourdes, contando de regreso a sus amigos las buenas disposiciones y la sólida organización que tenían las huestes católicas en las provincias vascas.

San Luis es mezquina rapsodia ojival, ideada por un arquitecto moderno; por dentro la afea estar pintada de charros colorines; en suma, parece una actriz mundana disfrazada de santa. Pero Lucía halló en el templo una Virgen de Lourdes, que la cautivó sobremanera.

Nadie conocía á Margarita. Todos los días llegaba el tren con un nuevo cargamento de carne destrozada, pero el hermano no estaba entre los heridos. Una religiosa, creyendo que iba en busca de alguien de su familia, se apiadó de él, ayudándole con sus indicaciones. Debía ir á Lourdes: eran allí muy numerosos los heridos y las enfermeras laicas.

Y los mismos sacerdotes de Lourdes y de Luján, testigos fehacientes de tantas y tan variadas curas maravillosas, cuando se enferman, llaman al médico, su viejo rival antes proscrito y quemado vivo, y hoy triunfante en toda la línea. Todo viene por su orden. Ahora empieza a haber quienes piensen en la emancipación moral del pueblo; mañana habrá quienes la realicen.

En el centro de uno de los claustros cantaba un chorro de agua, cayendo en profundo tazón. Era una fuente con pretensiones de monumento; una montaña de estalactitas con una cueva a guisa de hornacina, y en ella la Virgen de Lourdes, de mármol blanco; una estatua mediocre, con el relamido exterior de la imaginería francesa, que el dueño del hotel apreciaba como un prodigio artístico.

Julio se sintió alejado de sus reflexiones por la alegría pueril que mostraban algunos convalecientes. Eran musulmanes, tiradores de Argelia y de Marruecos. Estaban en Lourdes como podían estar en otra parte, atentos únicamente á los obsequios de la gente civil, que los seguía con patriótica ternura.