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Actualizado: 23 de julio de 2025
De pie, en el umbral del patio, un ciego se mantenía inmóvil, muerta la cara, mal afeitadas las barbas que le azuleaban las mejillas, lacio y en trova el grasiento pelo, tendiendo un sombrero abollado, donde llovían cuartos y mendrugos en abundancia.
Diríase que era el genio protector de aquel lugar, el duende del Círculo Rojo; las notas del mantón, del pañuelo, de las flores y cintas se reunían en un vibrante acorde escarlata, a manera de sinfonía de fuego. Adelantose intrépida la muchacha levantando en alto el ramo y recogiendo, con el brazo libre, el pañolón, cuyos flecos le llovían sobre las caderas.
Lo gracioso del caso está en que, siendo el paisanillo tan útil, por mejor decir, tan indispensable, no hubo criatura más maltratada, insultada y reñida que él. Sus más leves faltas se volvían horribles crímenes, y por ellos se le formaba una especie de consejo de guerra. Llovían sobre él a todas horas improperios, burlas y vejaciones.
En esto, ya comenzaban a gorjear en los árboles mil suertes de pintados pajarillos, y en sus diversos y alegres cantos parecía que daban la norabuena y saludaban a la fresca aurora, que ya por las puertas y balcones del oriente iba descubriendo la hermosura de su rostro, sacudiendo de sus cabellos un número infinito de líquidas perlas, en cuyo suave licor bañándose las yerbas, parecía asimesmo que ellas brotaban y llovían blanco y menudo aljófar; los sauces destilaban maná sabroso, reíanse las fuentes, murmuraban los arroyos, alegrábanse las selvas y enriquecíanse los prados con su venida.
Silbaba el espacio, rayado incesantemente por el abejorreo de un enjambre invisible. Millares de moscardones pegajosos se movían en torno de Desnoyers sin que alcanzase á verlos. Las cortezas de los árboles saltaban, empujadas por uñas ocultas; llovían hojas; se agitaban las ramas con balanceos contradictorios; partían las piedras del suelo, impelidas por un pie misterioso.
Regalos cuantiosos llovían sobre ella. Los vencedores mostraban la misma generosidad de los bandidos después del reparto de un botín fácilmente conquistado. Olga se tomaba á veces el trabajo de desfigurar las joyas robadas.
Los golpes dados con las palancas, las escobillas y los sables, únicas armas de que disponían los artilleros, llovían a su alrededor como una granizada; pero eran parados de firme, y cada estocada devuelta hacía rodar a un hombre.
También me hirieron en las guerras del otro mundo, y sin embargo, aquí me tienes cargado de años. Los sucesos se encargaban de robustecer su fe ciega. Llovían desgracias en torno de la familia, entristeciendo á sus allegados, y ni una sola rozaba al intrépido subteniente, que insistía en sus hazañas con un desenfado heroico de mosquetero. Doña Luisa recibió una carta de Alemania.
La gente, lanzando gritos de guerra y exterminio, le iba estrechando por ambas partes de la calle. La situación del perro forastero era verdaderamente angustiosa, las piedras llovían sobre él dando muchas veces en el blanco, y el enorme sable del cuadrillero Cachucha centelleaba herido por los rayos del sol, amenazándole de muerte.
Llovían escombros. Al volver la cabeza vió su castillo transformado. Acababan de robarle medio torreón. Las pizarras se esparcían en menudos fragmentos; los sillares se desmoronaban; el cuadro de piedra de un ventanal se mantenía suelto y en equilibrio como un bastidor. Los maderos viejos de la caperuza empezaron á arder como antorchas.
Palabra del Dia
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