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Actualizado: 23 de julio de 2025
Un aplauso inmenso saludó á Simoulin al descender del tren. «¡Qué viejo está!» Y las mujeres, vestidas de luto, lloraban, olvidando momentáneamente sus dolores para no ver mas que los sufrimientos del adorado grande hombre.
De estos hombres, algunos lloraban sentados; otros permanecían de pie, pálidos, inmóviles, con el sello terrible que deja un dolor profundo sobre un organismo fuerte y varonil; otros, fingiendo tranquilidad, trataban de ocultar con una sonrisa violenta el llanto que asomaba á sus ojos.
Julia, después de mirar un momento inmóvil, se acercó despacio a sollozar junto al pantalón de Cooper. ¡Qué hiciste, papá! No sabía, chiquita... Apártate un momento. En el bananal enterró a su perro, apisonó la tierra encima, y regresó profundamente disgustado, llevando de la mano a sus dos chicos, que lloraban despacio para que su padre no los sintiera.
Al fin, yo salí tan bienquisto del pueblo, que dejé con mi ausencia a la mitad dél llorando y a la otra mitad, riéndose de los que lloraban. Ibame entreteniendo por el camino considerando en estas cosas, cuando, pasado Torote, encontré con un hombre en un macho de albarda, el cual iba hablando entre sí con muy gran prisa, y tan embebecido, que, aun estando a su lado, no me veía.
Con este espectáculo lloraban de alegría los neófitos, dando mil gracias al Redentor, de cuya sangre se veían tan claros y manifiestos los efectos en la conversión de esta gente; pero incomparablemente mayor era el júbilo del P. Lucas, que inundado el corazón de celestiales consuelos, volviéndose á mirar al cielo, exclamaba: «Conténtome, Dios mío, en paga de mis trabajos y sudores, con ver que las criaturas os reconocen por su Criador y Señor.
«No es fácil de decir el fervor que estos santos días mostraron los nuevos cristianos en las cosas de Dios; oían la paladra de Dios con gran gusto y no con menor fruto y compunción, de suerte que me parecía estar entre españoles muy piadosos. El acto de contricción que se usa al fin de los sermones, le hacían con tanto sentimiento, que lloraban muchísimo.
50 Y oyéndolo Jesús, le respondió: No temas; cree solamente, y será salva. 51 Y entrado en casa, no dejó entrar a nadie consigo, sino a Pedro, y a Jacobo, y a Juan, y al padre y a la madre de la niña. 52 Y lloraban todos, y la plañían. 53 Y hacían burla de él, sabiendo que estaba muerta. 54 Y él, echados todos fuera, tomándola de la mano, clamó, diciendo: Muchacha, levántate.
Cerca ya del anochecer, y después de dos horas de esperar en vano los que en el puerto lloraban, y cuando la vista más sutil no había podido distinguir desde los puntos más elevados de la costa ninguna lancha en la mar, y había tiempo sobrado para tener noticias de las que pudieran haberse refugiado en boquetes ó ensenadas, faltaban siete.
En tiempo de paz, Chichí había admirado algo á este personaje «Es guapo decía pero con una sonrisa muy ordinaria.» Ahora todos sus odios los concentraba en él. ¡Las mujeres que lloraban por su culpa á aquellas horas! ¡Las madres sin hijos, las mujeres sin esposo, los pobres niños abandonados ante las poblaciones en llamas!... ¡Ah, mal hombre!... Surgía en su diestra el antiguo cuchillo de «peoncito», una daga con puño de plata y funda cincelada, regalo del abuelo, que había exhumado de entre los recuerdos de su infancia, olvidados en una maleta.
Las campanas de la Catedral doblaban pesadamente con ecos plañideros y entrecortados de silencios, como suspiros de agonía. Pero sólo las campanas lloraban en aquella mañana llena de sol y vida. Escuchábalas yo sin emoción alguna y me daban ganas de decirles: «Sí, sí; ha muerto... Todo muere, y ha hecho como los demás, lo más tarde que ha podido, la venerable dama.
Palabra del Dia
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