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18 Y será en aquel tiempo, cuando vendrá Gog contra la tierra de Israel, dijo el Señor DIOS, que mi ira subirá por mi enojo. 21 Y en todos mis montes llamaré cuchillo contra él, dijo el Señor DIOS: el cuchillo de cada cual será contra su hermano.

Acogió a Lázaro con benignidad, queriendo dar a sus facciones esa afabilidad de semblante con que pretende hacerse simpático quien sabe que no lo es, y echándole el brazo derecho sobre los hombros, le llevó hasta su cuarto, diciendo a los que le rodeaban: Llamaré cuando os necesite.

Quiero que la conserves como recuerdo de esta noche. Guardó silencio y se la anudó lentamente al cuello haciendo un lacito. Está bien dijo, al cabo, sonriendo ; pero cuando te vayas, estoy segura de que me irás llamando tonta. No te lo llamaré tal. me lo llamarás..., y tendrás rasón... Di, ¿me lo llamarás? ¡No, mujer, no!

Quéjese el engañado, desespérese aquel a quien le faltaron las prometidas esperanzas, confíese el que yo llamare, ufánese el que yo admitiere; pero no me llame cruel ni homicida aquel a quien yo no prometo, engaño, llamo ni admito. »El cielo aún hasta ahora no ha querido que yo ame por destino, y el pensar que tengo de amar por elección es escusado.

No pesaba más que un ramo de flores, pero el capellán juró y perjuró que parecía hecha de plomo. Aguardaba el ama en pie, y él se había sentado con la chiquilla en brazos. Déjemela un poquito... suplicó . Ahora, mientras duerme.... No despertará de seguro en mucho tiempo. Ya la llamaré cuando haga falta. Ama, váyase.

Cristeta e Inés quedaron juntas en el cuartito; la segunda decía: Con la Jesualda no estará usted mal; es formalota y no tiene mala vecindad; abajo, una viuda y su hija que cosen para el corte; en el segundo, una tal Mónica, que tiene huéspedes de medio pelo, ¡figúrese usted en aquel barrio qué huéspedes ha de haber!; arriba, un militar retirao que vive con una que dicen si es sobrina u lo otro; y en el sotabanco, la madre del niño y la sobrina, que ahora las llamaré.

Nadie pensaba misia Casilda, ni un criado, ¿llamaré? ¡Dios mío! no me atrevo; ganas me dan de bajarme y echar a correr... ahí viene alguien. ¡Valor! Cuatro changadores, con el piano en hombros, salieron por la puerta de la antesala, y una vocecita fresca decía: ¡Cuidado! reparar en los cristales y en el farol; más despacio, agacharse un poco...

Prefiero la antigua y gallarda letra española.... Pero, en fin, la de usted es clara y hermosa. ¡Esta letra inglesa tan amanerada y presumida! Y después de un rato de silencio: Ya sabe usted: viernes o sábado.... Vendré por acá.... No; yo le llamaré a usted. Entiendo que no le caí mal a Castro Pérez. Así me lo dijo dos días después el bueno de don Román.

Si Lóndres tiene en su laberinto de calles un enjambre de millares de ómnibus para el servicio de la multitud, y de pequeños coches de alquiler, en el Támesis tiene tambien un servicio permanente de buques, que llamaré vapores-ómnibus, y una nube de góndolas ó faluchos para la travesía, que equivalen á millares de puentes flotantes.

Amigo, hágame el favor de traer pluma y papel... Espere; deme la medicina, esos polvos amarillos... ¿cuáles?, no ... Pero deje, deje, que me tiene que escribir una carta. Ninguno, ¿ya para qué?... Ándese pronto, que me voy... que me muero. ¡Que se muere! Vamos... no bromee usted. Don Plácido, si no me sirve para esto, llamaré a otra persona.