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Actualizado: 2 de junio de 2025


Raúl se agarró a aquel medio consentimiento arrancado a su cansancio y todo lo que Liette pudo obtener fue un mes de reflexión y la promesa de guardar silencio con una y otra madre y de abstenerse hasta entonces de todo paso y de toda carta... promesa a la que él se apresuró a faltar en cuanto a este último punto.

¡Pobre mamá! Entonces ella, que lo había adivinado todo, no pronunció más que un nombre: ¿Raúl? No, Jorge rectificó Liette con sonrisa forzada. La de Raynal hizo un movimiento de impaciencia. En verdad, hija mía, tienes poca confianza en tu madre dijo en tono de despecho. ¿Quieres esperar a que esté muerta? ¡Oh! mamá... ¿Crees que no veo claro? ¿Por qué dejarme marchar en la duda? ¡Madre mía!...

Liette dejó ver una sonrisa de aprobación; le gustaba la delicadeza del joven y la elogiaba. Raúl dejó a las dos señoras en la «Brecha de los Ingleses» y les pidió permiso para ir a mudarse de traje mientras ellas oían la música, prometiendo venir a buscarlas a las cinco para ir a acompañarlas a su casa.

Liette, desolada, pensaba ir a Amiens a consultar al doctor Duplan, joven profesor ya famoso en la región y condiscípulo del señor de Candore, pero ante la idea de semejante viaje la enferma ponía el grito en el cielo. Te lo ruego, hija mía, déjame morir en paz repetía en tono doliente: creo que no pido mucho. Lágrimas, razonamientos y súplicas, todo fue inútil.

Está bien, tía Liette, no aceptaré la invitación dijo ahogando un suspiro. El joven no debía tener este disgusto... ¿Fue olvido voluntario o involuntario? Ello fue que la invitación no llegó... Mejor, así no tendrás necesidad de excusarte dijo la oficinista tranquilamente timbrando la serie de tarjetas de invitación destinadas a las personas de los alrededores.

Así fue que vio con una especie de alivio la verja del castillo de Argicourt, donde Eva estaba de temporada en casa de unos amigos comunes. ¡El, que se regocijaba por tal vecindad, sin haber previsto el tal militarcito!... ¿De dónde diablos había salido? Raynal... El capitán Raynal... Desde su matrimonio no había sabido nada de Liette...

¿Y era, si no es indiscreción?... Liette Raynal. Raúl se mordió los labios. En el estado de ánimo en que se encontraba, aquel nombre sonaba de un modo particularmente desagradable a su oído. Pero no por eso perdió la ocasión de preguntar con maña: ¿La institutriz de mi pobre Blanca? , era una persona de mérito añadió con indiferencia. ¿Qué ha sido de ella? Sigue en Candore.

Quiero a la tía Liette tanto como si fuera mi madre. Y bien se ve que ella le quiere a usted como a un hijo. Son ustedes los dos muy felices. Yo también me quedé huérfana muy pequeñita, pero no he tenido segunda madre. Mi tío es excelente y me quiere mucho, pero es un hombre.

A pesar de esta última súplica, que denotaba una inquietud y una vacilación mal disimuladas bajo la aparente resolución de las primeras líneas, Liette no respondió, firmemente decidida, aunque se rompiese su corazón, a no salir de la reserva que le mandaban imperiosamente su dignidad y su deber. Raúl volvió a la carga.

A cada paso tiraba de las riendas nerviosamente, con gran escándalo de la buena yegua, acostumbrada a más consideraciones. Trae muchacho decía entonces el notario, los militares tenéis la mano dura. ¡Dura! nunca lo sería bastante para castigar al que se había atrevido a tocar a la tía Liette.

Palabra del Dia

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