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Algunas veces se encargaba el mismo Raúl de la comisión y, escogiendo discretamente un momento en que Liette estaba ausente, entraba en el Correo a vaciar su morral y tragaba sin pestañear las interminables divagaciones de la viuda, que se despachaba a su gusto con aquel interlocutor complaciente... pero no desinteresado.

Pero por mucho que me repito todo esto, tengo miedo, tía Liette, y he venido a usted, que es tan fuerte y tan poderosa, a pedirle un poco de su fuerza y de su valor... Y es que le amo, tía Liette... No debía decir a usted esto... pero nunca he tenido madre...

Estaba bastante enamorado para hacer un matrimonio pobre siendo él rico y no debiendo sufrir por ese ligero sacrificio ni en sus costumbres ni en sus gustos refinados; pero afrontar la medianía, ni aun con la mujer amada, era superior a sus fuerzas y a su valor. ¡Pobre Liette! ¡Qué pena va a tener! murmuró con cierta fatuidad. También él sufría... pero no mucho.

¡Qué gran mujer es mi señora madre! se decía in petto con una mezcla de gratitud y de admiración. Desde los primeros días Liette había producido una profunda impresión en aquel espíritu frívolo, superficial y estragado.

El defenderse está bien; pero matar sin necesidad... y sin riesgos... Sobre todo a inofensivas perdices... ¡Pobres animalitos! Fue esto dicho sencillamente y sin falsa sensibilidad, de tal modo que Liette, tan sencilla y tan natural, quedó enamorada de aquella naturaleza tan igual a la suya. Carlos leyó en sus ojos esa muda aprobación y sintió una viva alegría.

No sea usted más severa que los míos, Liette; no se niegue a mi dicha, a la suya y a la de la querida enferma a quien he dedicado los sentimientos de un hijo. «Una palabra de aliento y de confianza para darme el valor que tanto necesito

A consecuencia de aquella acción, el capitán Raynal fue propuesto para la cinta roja... Pero él no pudo olvidar la cinta azul. La tía Liette no había vuelto a preguntar a Carlos si iría a Argicourt.

Nada había cambiado, y la misma tía Liette, recta y menuda con su traje sencillo de lana, con su bello perfil de camafeo bajo el cabello apenas encanecido en las sienes y su mirada límpida que reflejaba la serenidad de su alma, la misma tía Liette había envejecido tan poco, que al preguntarle de repente Carlos: Tía Liette ¿cuándo vas a pedir tu jubilación?

¡La tía Liette! Al decir estas tres palabras, profundas como una oración, Carlos veía surgir en el alba melancólica del regreso la querida imagen luminosa y serena que iluminaba todo su pasado y todo su porvenir. Era una cara joven, tranquila y sonriente bajo sus gruesos rizos negros, que acechaba su primer despertar, sus primeras palabras y sus primeros juegos.

Quisiera tenerte más cerca de , tía Liette; mi sueldo bastaría para los dos... Quisiera que me siguieses a mis lejanas guarniciones como en otro tiempo a tu padre. Quisiera no tener sólo presente la imagen del hogar que has creado al huérfano, sino ese hogar mismo y la que es su alma. ¿No te gustaría volver a ver aquella tierra de África en que diste los primeros pasos?