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Actualizado: 28 de junio de 2025
Don Víctor reía también, sosteniendo que no se levantaban liebres con las piernas, sino con los ojos. ¡Cuántas veces aquella obstinación suya había dado al fin resultado! ¿Se acuerda usted de aquel día de San Pedro, hace tres años, cuando me dejó solo cerca de Arceanes? ¿Quién levantó la liebre, usted que se fué con viento fresco, o yo que me quedé hurga que hurga por las matas?
¿Qué te pasa? preguntó al fin desazonada . Hace un momento eras más suave y más blando que una piel de liebre y ahora pinchas por todas partes como los cardos del monte. Tristán hizo un gesto de indiferencia y permaneció silencioso. ¿He dicho algo que pudiera molestarte? El mismo silencio. O hablas o me marcho dijo con energía haciendo ademán de levantarse.
Don Mateo, pesaroso de no haber acertado aquella vez a animar la conversación, la estableció de nuevo, encarándose con Sanjurjo. Hombre, parece mentira que usted con su defecto en la pierna, pueda dedicarse a la caza. ¿Quién? ¿éste? Ahí donde usted le ve, corre como un galgo exclamó don Víctor con cariñoso entusiasmo. En cuanto se pone sobre la pista de la liebre, deja de ser cojo.
El fogonazo, remedado con mucha propiedad por el cura, hizo dar un salto a Bonis, que estaba muy nervioso. Dispara usted su escopeta y me...; no, no conviene que sea liebre; es mejor caza mayor para mi caso; y cae lo que usted cree robezo o ciervo...; pero no hay tal ciervo ni robezo, sino que ha matado usted una vaca mía que pastaba tranquilamente en el prado. ¿Qué hace usted?
Pero casi siempre iba a esperarle por las tardes, unas veces sola, otras con las niñas y sus doncellas. Al partir no se olvidaba Gonzalo de decirle por cuál camino tomaba: «Hoy voy hacia Naves a ver si suelto alguna liebre. Hoy volveré por la carretera de Nieva. Hoy voy por el camino de Rodillero».
Madame Duval, que aún sabía mejor el suyo y que tenía ojos de lince y oído de liebre, se hallaba atisbando a la hora convenida, abrió la puerta y, sin hacer ruido, introdujo al joven brasileño en el confortable y primoroso boudoir de su señora.
Azores de Noruega, de Cerdeña, de Esclavonia; y aquellos que hizo traer de Algeciras don Alonso Blázquez Serrano, más chicos que los otros, pero que bajaban dos ánades a un tiempo y apresaban la liebre sin la ayuda del galgo. Allí dos halconeros, por distraer a la muchedumbre, le ponían y le quitaban el capirote a un rabioso gerifalte.
Era un galgo finísimo que había encargado a Inglaterra y le había costado una cantidad exorbitante. La falta que cometió fué de las más graves que un individuo puede cometer en el uso de sus funciones. Nada menos hizo que después de cobrar una liebre, cuando el Duque corría hacia él para quitársela de la boca, soltarla de pronto en el suelo.
Ya estaba a esta sazón libre Sancho Panza del lazo, y, hallándose allí cerca, antes que su amo respondiese, dijo: -No se puede negar, sino afirmar, que es muy hermosa mi señora Dulcinea del Toboso, pero donde menos se piensa se levanta la liebre; que yo he oído decir que esto que llaman naturaleza es como un alcaller que hace vasos de barro, y el que hace un vaso hermoso también puede hacer dos, y tres y ciento; dígolo porque mi señora la duquesa a fee que no va en zaga a mi ama la señora Dulcinea del Toboso.
¿Y quién te ha dicho que las gallinas de tu casa no sufren horriblemente cuando se hace guiso de pollos? ¿O que los gatos de nuestros tejados no se sumergen en un mar de tristeza cada vez que nuestros fonderos ofrecen a sus clientes el «civet de liebre»?... ¿Sabes lo que sucede?... No sé adonde vas. A esto: los animales sufren lo mismo que nosotros, pero no les importa. Eso dices tú.
Palabra del Dia
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