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Actualizado: 28 de junio de 2025
Un individuo que venía a Madrid en diligencia, entró en una posada a las doce del día y preguntó: ¿Cuánto vale la comida? Doce reales. ¿Y la cena? 45 Ocho. Pues déme Vd. de cenar. ¿Qué tienes José? ¡Estoy desesperado! ¿Por qué? 50 Se me ha perdido el perro. ¿Y por eso te desesperas? ¡Ya lo creo! Y te juro que si no aparece, le mato. En una posada. Un turista inglés pide liebre.
Creíase Julián salvado con estas evasivas, cuando, a las pocas noches, don Pedro le apretó para que cantase: Don Julián, aquí no valen misterios.... Si he de casarme, quiero al menos saber con quién y cómo.... Apenas se reirían si porque vengo de los Pazos me diesen de buenas a primeras gato por liebre. Con razón se diría que salí de un soto para meterme en otro.
¿Pues no lo he de comprender? ¿Soy estúpido acaso para no ver que esa desvergonzada huye de mí, y cada día tengo que cazarla como a una liebre? ¡Sólo está contenta entre los demás labriegos, con la hechicera que le trae y lleva chismes y recados a los mozos! A mí me detesta. A la hora menos pensada me envenenará.
El señor gobernador no erró la pista: tan sólo equivocó la pieza, y en vez de saltar la liebre saltó un venado».
A la claridad lunar divisa por fin un monstruo de fantástico aspecto, pegando brincos prodigiosos, apareciendo y desapareciendo como una visión: la alternativa de la oscuridad de los árboles y de los rayos espectrales y oblicuos de la luna hace parecer enorme a la inofensiva liebre, agiganta sus orejas, presta a sus saltos algo de funambulesco y temeroso, a sus rápidos movimientos una velocidad que deslumbra.
Poco después, Fernando comía solo y tenía liebre y carnero de sobra. Al anochecer, salieron del pueblo todos, algo borrachos, y alguno se paró a echar la papilla en el camino. Es el perro, que le ha hecho daño decían unos, burlándose. Es el gato decían los otros. Y nadie quería decir que era el vino. Compañeros dijo Fernando , cuando se come gato y perro juntos no pasa nada.
De pie, con las manos en los bolsillos del pantalón, mapamundi de remiendos, y moviendo con risible rapidez nariz y boca, que tenía de color de unto rancio, aguardaba a que le pidiesen algún nuevo episodio tan verosímil como el de la liebre; pero ahora el turno le correspondía a don Eugenio.
Están ocho días en un pueblo, duermen en una cama cuatro; comen olla de vaca y carnero, y algunas noches su menudo muy bien aderezado. Tienen el vino por adarmes, la carne por onzas; el pan por libras, y la hambre por arrobas. Hacen particulares á gallina asada, liebre cocida, cuatro reales en la bolsa, dos azumbres de vino en casa, y á doce reales una fiesta con otra.»
Palabra del Dia
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